sábado, 11 de septiembre de 2010

Argumento

A sus quince años Sarah está harta de ser la canguro de su hermanastro, un bebé hijo de su horrible madrastra a la que desprecia. Una noche particularmente agotadora, recita por error las palabras mágicas que invocan al Rey de los Goblins, Jareth, que se lleva al bebé a su castillo.

Ahora Sarah tiene 13 horas para atravesar el Laberinto mágico, en el que nada es lo que parece y que está habitado por toda clase de criaturas mágicas, y llegar al castillo más allá de la Ciudad de los Goblins, para recuperar al niño que le han robado.

Labyrinth

jueves, 9 de septiembre de 2010

Capítulo 1- El búho blanco



Nadie vio al búho, blanco a la luz de la luna, negro contra las estrellas, nadie le oyó mientras se deslizaba sobre alas silenciosas como terciopelo. El búho lo vio y lo oyó todo.
Posado en un árbol, con las garras aferradas a una rama, y mirando a la chica del claro de abajo. El viento gemía, meciendo la rama, empujando las nubes por el cielo de la noche. Alzaba el pelo de la chica. El búho la observaba, con sus ojos redondos y oscuros.
La chica se apartó lentamente de los árboles hacia el centro del claro de hierba, donde brillaba una charca. Estaba concentrada. Cada paso deliberado que daba la acercaba más a su propósito. Sus manos estaban abiertas, y ligeramente extendidas ante ella. El viento suspiró de nuevo en los árboles. Sopló la capa firmemente contra la esbelta figura, y le alborotó el cabello alrededor de la cara de ojos ampliamente abiertos. Sus labios estaban ligeramente separados.
—Dame el niño —dijo Sarah, con voz baja pero firme, con el coraje que su empresa precisaba. Se detuvo, con las manos todavía extendidas—. Dame al niño —repitió—. Por increíbles  peligros e innumerables fatigas, me he abierto paso hasta el castillo más allá de la Ciudad de los Goblins, para recuperar el niño que me has robado. —Se mordió el labio y continuó—. Porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya... y mi reino igual de grande...
Apretó los ojos con fuerza. Un trueno retumbó. El búho parpadeó, una vez.
—Porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya —dijo Sarah, incluso más intensamente esta vez—. Y mi reino igual de  grande... —Frunció el ceño, y sus hombros cayeron.
—Vaya, nunca consigo recordar ese párrafo —masculló.
Buscando bajo la capa, sacó un libro. Su título era Dentro del Laberinto. Sujetando el libro ante ella, lo leyó en voz alta. A la luz mortecina, no era fácil divisar las palabras—. No tienes ningún poder sobre mí...
No siguió. Otro trueno, más cercano esta vez, la hizo saltar. También alarmó a un gran y peludo perro pastor, a quien no le había importado sentarse junto a la charca y ser amonestado por Sarah, pero que ahora decidió que ya era hora de volver a casa, y así lo expresó con varios ladridos agudos.
Sarah se cerró la capa alrededor. No le daba mucho calor, al no ser más que una vieja cortina, cortada y sujeta al cuello con un broche de fantasía. Ignoró a Merlín, el perro pastor, mientras se concentraba en aprender el discurso del libro.
—No tienes ningún poder sobre mí —susurró. Cerró los ojos de nuevo y repitió la frase varias veces.
El reloj del pequeño pabellón del parque repicó siete veces y penetró en la concentración de Sarah. Miró fijamente a Merlín.
—Oh, no —dijo—. Es imposible Merlín, ya son las siete.
Merlín se levantó y se sacudió a sí mismo, sospechando que a continuación vendría algo de acción. Sarah se giró y corrió. Merlín la siguió. Las nubes de tormenta los salpicaron a ambos con grandes gotas de lluvia.
El búho lo había observado todo. Cuando Sarah y Merlín abandonaron el parque, todavía estaba sentado en la rama, no tenía ninguna prisa por seguirlos. Este era su momento del día. Sabía lo que deseaba. Un búho nace con respuestas a todas sus preguntas.
Durante todo el camino por la calle, que estaba bordeada a ambos lados por casas victorianas rodeadas de setos, similares a la suya propia, Sarah murmuraba para sí misma.
—No es justo. No es justo. —El murmullo se había convertido en jadeo para cuando tuvo a la vista su casa. Merlín, que había estado brincando a su lado sobre sus peludas patas, también respiraba con dificultad. Su ama, que normalmente se movía a un paso gentil y soñador, tenía el raro hábito de volver corriendo a casa desde el parque por las tardes. Quizás ese búho tuviera algo que ver con ello. Merlín no estaba seguro. No le gustaba el búho, eso lo sabía.
—No es justo —Sarah estaba casi sollozando. El mundo era injusto en general, pero en particular su madrastra era cruelmente injusta con ella. Allí estaba ahora, en la puerta principal de la casa, disfrazada con uno de sus espantosos trajes de noche, con el abrigo de piel abierto para revelar el corte bajo de su escote, la horrorosamente vulgar gargantilla centelleando sobre su pecho pecoso y... ¿cómo no?... estaba mirando su reloj. No solo lo miraba, sino que lo miraba fijamente, para asegurarse de que Sarah se sintiera culpable antes de acusarla, una vez más.
Cuando Sarah hizo una pausa en el camino del jardín delantero, pudo oír a su hermano bebé, Toby, pegando gritos dentro de la casa. En realidad era su medio hermano, pero ya no lo llamaba así, no desde que su amiga de la escuela Alice le había preguntado, "¿Y de quién es la otra mitad entonces?" y Sarah había sido incapaz de pensar en una respuesta. "Medio-nada-que-ver-conmigo". No estaba bien. Ni era cierto tampoco. Algunas veces se sentía ferozmente protectora con Toby, quería vestirle, llevarle en brazos y alejarle de todo esto, llevarle a un lugar mejor, un mundo de hadas, una isla en alguna parte, quizás. Otras veces... y esta era una de ellas... odiaba a Toby, que tenía dos veces más atención de sus padres que ella. Cuando odiaba a Toby, eso la asustaba, porque la llevaba a pensar en cómo podía hacerle daño. ¿Debe haber algo malo en mí, reflexionaba, si puedo pensar en hacer daño a alguien a quien adoro; ¿o es que hay algo malo en adorar a alguien a quien odio? Deseaba tener un amigo que entendiera su dilema, y quizás se lo explicara, pero no había nadie. Sus amigos de la escuela pensarían que era una bruja si mencionaba siquiera la idea de hacer daño a Toby, y en cuanto a su padre, la idea le asustaría incluso más de lo que asustaba a la propia Sarah. Así que mantenía su perplejidad adecuadamente oculta.
Sara se detuvo ante su madrastra y mantuvo la cabeza deliberadamente en alto.
—Oh, vaya—dijo su madrastra.
—Lo siento —dijo, con voz aburrida, mostrando que no lo lamentaba en absoluto, y que de todos modos era innecesario fingirlo.
—Bueno —le dijo su madrastra—, no te que quedes ahí afuera en la lluvia. Vamos. —Se hizo a un lado, dejando sitio a Sarah para pasar por la puerta, y miró de nuevo fijamente a su reloj de pulsera.
Sarah ponía mucho cuidado en no tocar nunca a su madrastra, ni siquiera rozar su ropa. Se arrimó todo lo que pudo al marco de la puerta.
—Vamos Merlín, vamos.
—El perro no—dijo su madrastra.
—Pero si está diluviando.
Su madrastra amonestó a Merlín con un dedo. Dos veces.
—Venga, al garaje —ordenó.
—Anda Merlín, métete en el garaje, ve.
Merlín agachó la cabeza y procedió a rodear el costado de la casa. Sarah le observó marchar y se mordió el labio. ¿Por qué, se preguntó por trillonésima vez, mi madrastra siempre tiene que adoptar esta actitud cuando salen por la noche? Es tan afectada... esa era una de las palabras favoritas de Sarah, desde que había oído al compañero de reparto de su madre, Jeremy, utilizarla para referirse a otro actor de la obra que estaban representando... una bolsa-de-clichés-pasados-de-moda. Recordaba cómo había sonado el francés Jeremy al decir clichés, estremeciéndola con su sofisticación. ¿Por qué no encontraba su madrastra una nueva forma de destacar? Oh, le encantaba la forma en que Jeremy le hablaba de otros actores. Estaba decidida a convertirse ella misma en actriz, para poder hablar así todo el tiempo. Su padre rara vez hablaba mucho sobre la gente de su oficina, y cuando lo hacía resultaba aburrido en contraste.
Su madrastra cerró la puerta principal, mirando su reloj una vez más, tomó un profundo aliento, y empezó uno de sus consabidos discursos.
—Sarah, llegas con una hora de retraso...
—Ya he dicho que lo siento —replicó Sarah.
—Por favor, déjame acabar. Tu padre y yo  salimos muy pocas veces...
—Salís todos los fines de semana —interrumpió Sarah rápidamente.
Su madrastra ignoró eso.
—... y te pido que cuides del bebé sólo cuando no trastorna  tus planes.
—¿Y tú cómo lo sabes? —Sarah medio se había girado para marcharse, para no halagar a su madrastra con su atención, y estaba ocupada dejando su libro en el aparador del vestíbulo, desabrochándose el broche, y doblando la capa sobre su brazo—. No sabes cuáles son mis planes. Ni siquiera me lo preguntas. —Miró fijamente a su propia cara en el espejo del aparador, comprobando que su expresión fuera fresca y compuesta, no exagerada. Le gustaba la ropa que llevaba: una camisa color crema de mangas abullonadas, un chaleco de brocado holgado sobre la camisa, vaqueros azules y cinturón de cuero. Se giró, alejándose más de su madrastra, para comprobar cómo su camisa colgaba de los pechos hasta su cintura. La metió un poco en el cinturón, ajustándola.
Su madrastra la observaba fríamente.
—Supuse que si tuvieras alguna cita me lo habrías dicho. Me gustaría que las tuvieras. A tu edad deberías salir con alguien.
Bueno, estaba pensando Sarah, si tuviera una cita tú serías la última persona a la que se lo contaría. Que afectada... no, pegajosa, vida tienes. Se sonrió desagradablemente a sí misma. Quizás tenga una cita, pensó, quizás lo haga, pero no te gustará en lo más mínimo, cuando veas con quién salgo. Dudo que le veas. Todo lo que sabrás es que oirás la puerta cerrarse de golpe detrás de mí, y espiarás por la ventana, como haces siempre, y asomarás la nariz entre esas horrendas cortinas de encaje falso que tienes, y verás las luces traseras de una limusina gris desvaneciéndose en la esquina. Y después de eso, verás fotos de nosotros dos en las revistas, juntos en las Bermudas, y en St. Tropez, y Benares. Y no habrá nada que puedas hacer tú al respecto, con todos tus firmes puntos de vista sobre la hora de irse a la cama y el desarrollo psicológico y mis obligaciones y lo de enrollar el tubo de pasta de dientes desde abajo. Oh, madrastra, lo vas a lamentar mucho cuando leas en el Vogue las cantidades cósmicas que los productores de Hollywood nos ofrecen por...
El padre de Sarah bajó las escaleras hasta el vestíbulo. En los brazos llevaba a Toby, arropado en un pijama a rayas rojas y blancas. Palmeaba la espalda del bebé.
—Oh, Sarah —dijo suavemente—, ya estás en casa. Estábamos preocupados por ti.
—¡No puedo hacer nada bien hecho!, ¿verdad? —Temiendo echarse a llorar, Sarah no les dio oportunidad de razonar con ella. Corrió escaleras arriba. Siempre eran tan razonables, particularmente su padre, tan sufrido y suave con ella, tan absolutamente convencido de que siempre tenían obviamente la razón, y que sólo era cuestión de tiempo que ella consintiera en hacer lo que deseaban. ¿Por qué su padre siempre se ponía del lado de esa mujer? Su madre nunca ponía esa mirada de dolida tolerancia. Era una mujer que podía gritar y reír y abrazarte y darte una bofetada todo en un minuto o dos. Cuando ella y Sarah tenían una riña, esta era explosiva. Cinco minutos después, estaba olvidado.
En el vestíbulo, su madrastra se había sentado, todavía con su abrigo de piel. Estaba diciendo cansinamente.
—Diga lo que diga me trata como a una malvada madrastra de  cuento de hadas.
—Hablaré con ella—El padre de Sarah palmeaba a Toby pensativamente
Un trueno retumbó de nuevo. Un chubasco de gotas de lluvia traqueteó contra las ventanas.
Sarah estaba en su habitación. Ese era el único lugar seguro en el mundo. Había convertido en un hábito el recorrerlo cada día, comprobando que todo estuviera justo donde tenía y debía de estar. Aunque su madrastra rara vez entraba allí, excepto para entregar alguna ropa planchada o dar a Sarah un mensaje, no se fiaba. Sería muy típico de ella entrar a quitar el polvo del cuarto, aunque Sarah se aseguraba que mantenerlo limpio, y mover las cosas por doquier y no volver a ponerlas en su lugar. Era esencial protegerse de ese espíritu perturbador.
Todos los libros debían quedarse en sus posiciones correctas, en orden alfabético por autor y, dentro el grupo de cada autor, por orden de adquisición. Otros estantes estaban llenos de juguetes y muñecas, y estos estaban colocados de acuerdo con afinidades solo conocidas por Sarah. Las cortinas tenían que colgar exactamente así, de forma que cuando Sarah estaba tendida en su cama, enmarcaran simétricamente el segundo álamo de la fila que podía verse desde la ventana. La papelera estaba colocada de forma que su base tocara solo el borde de un bloque del parquet en particular. Sería arriesgado que las cosas no estuvieran así. Una vez instalado el desorden, la habitación nunca volvería a resultar familiar. La gente hablaba de cómo les contrariaba sufrir un robo, y Sarah sabía exactamente cómo debía ser, que algún descuidado desconocido revolviera tus tesoros más preciados. La mujer que venía a limpiar tres veces por semana sabía que nunca debía hacerlo en esta habitación. Sarah se ocupaba de todo ella misma. Había aprendido como arreglar enchufes eléctricos, apretar tornillos, y colgar cuadros, para que su padre no tuviera necesidad de entrar excepto para hablar con ella.
Sarah estaba ahora de pie en medio de la habitación. Sus ojos estaban rojos. Sorbió por la nariz, y se mordió el labio inferior. Después caminó hasta su tocador y miró fijamente a una fotografía enmarcada. Su padre y su madre, y ella misma, a los diez años, le devolvieron la mirada. Las sonrisas de sus padres eran confiadas. Su propia cara en la fotografía era, pensó, ligeramente exagerada, sonriendo demasiado firmemente.
Por toda la habitación, otros ojos observaban. Fotografías y pósteres que mostraban a su madre con variados vestuarios, en diversas partes. Había recortes de Variety pegados al espejo de su tocador, alabando las actuaciones de su madre o anunciando otras que realizaría. En la pared junto a su cama estaba colgado un póster anunciando su última obra; en la foto, la madre de Sarah y su compañero de reparto, Jeremey, estaban mejilla con mejilla, rodeándose con los brazos, sonriendo confiadamente. El fotógrafo había iluminado hermosamente a la pareja, mostrándola a ella tan bella, a él tan guapo, con su pelo rubio y la cadena de oro alrededor de su cuello. Bajo la foto había una cita de un crítico de teatro: "Rara vez he sentido tanto calor irradiando de una audiencia". El póster estaba firmado, con una alargada letra florida: "Para mi Querida Sarah, con todo mi amor, Mamá", y, con otra mano diferente: "Con todos mis deseos de felicidad, Sarah... Jeremy". El siguiente póster tenía más recortes, de diferentes periódicos, arreglados en orden cronológico. En ellos, podía verse a las dos estrellas cenando juntos en restaurantes, bebiendo juntos en fiestas, y riendo juntos en un pequeño bote de remos. Los textos estaban todos en la línea "Romance dentro y fuera del escenario".
Todavía sorbiendo de vez en cuando, Sarah fue hasta la mesita que había junto a su cama y cogió la caja de música que su madre le había regalado por su decimoquinto cumpleaños. El recuerdo de ese hermoso día todavía resultaba vívido. Habían enviado un taxi a por ella en la mañana, pero en vez de llevarla a casa de su madre este la había llevado a la costa donde Jeremy y su madre esperaban en el mercedes negro antiguo de Jeremy. Salieron al campo para almorzar junto a una piscina en algún club del que Jeremy era miembro y donde los camareros hablaban francés, y después, en la piscina, Jeremy había hecho el payaso, fingiendo ahogarse, con tanto éxito que un hombre mayor había gritado dando la alarma. Se habían estado riendo todo el camino de vuelta a la ciudad. En casa de su madre, le habían dado el regalo de Jeremy, un vestido de noche azul pálido. Se lo puso para ir con ellos a un nuevo musical esa misma noche, y después a cenar, en un restaurante tenuemente iluminado. Jeremy se había burlado maliciosamente de cada miembro del reparto al que habían visto en el musical.
La madre de Sarah había fingido desaprobar sus escandalosos cotilleos, pero eso solo había hecho que Sarah y Jeremy rieran más incontrolablemente, y pronto los tres tenían lágrimas en los ojos. Jeremy había bailado con Sarah, sonriéndole. Bromeó diciendo que un flash significaría que todos estarían en las columnas de cotilleos a la mañana siguiente, y todo el camino a casa condujo rápido, para librarse de los fotógrafos, reclamó, sonriendo. Cuando se despidieron, su madre le entregó un pequeño paquete, envuelto en papel plateado y atado con una cinta azul pálido. De vuelta en su habitación, Sarah lo había desenvuelto, y había encontrado la caja de música.
La tonada de "Greensleeves" tintineó, y una pequeña bailarina con un vestido plisado rosa giró haciendo piruetas. Sarah la había observado reverentemente, hasta que se volvió lenta y torpe en sus movimientos. Entonces la había dejado, y tranquilamente había recitado un poema que había estudiando en su clase de Literatura:
—Oh, cuerpo balanceado por la música, oh brillante mirada, ¿cómo podemos conocer al bailarín de la danza?
Era tan fácil aprender de memoria poesía. Nunca había tenido ninguna dificultad para recordar esas líneas, siempre que abría la caja de música. De hecho, reflexionó, era más fácil aprenderlas que olvidarlas. ¿Entonces por qué tenía tantos problemas en aprender el discurso de Dentro del Laberinto ¿ Era tan solo un juego al que estaba jugando?. Nadie esperaba que lo recitara, ninguna audiencia, excepto Merlín, juzgaría su actuación. Debía haber sido pan comido. Frunció el ceño. ¿Cómo esperaba subirse a un escenario si no podía recordar un discurso?
Lo intentó de nuevo.
—Por increíbles  peligros e innumerables fatigas, me he abierto camino hasta el castillo más allá de la Ciudad de los Goblins, para recuperar... el niño que me has robado... —Se detuvo, con los ojos sobre el póster de su madre en brazos de Jeremy, y decidió que la ayudaría en su desempeño de prepararse para ello. Si vas a meterte en tu papel, le había dicho su madre, tienes que tener el marco apropiado. Vestuario, maquillaje, y las pelucas... son más para beneficio del actor que de la audiencia. Les ayudan a escapar de su propia vida y a meterse en el papel, como decía Jeremy. Y después de cada actuación, te lo quitas todo, y estás limpio de nuevo. Cada día era un nuevo comienzo. Podías volver a inventarte a ti mismo otra vez. Sarah tomó un lápiz de labios del tocador, se puso un poco en los labios, y los unió en una mueca, como hacía su madre. Acercándose al espejo, se aplicó un poco más en la comisura de los labios.
Se oyó una llamada a su puerta, y la voz de su padre llegó desde fuera.
—¿Sarah? ¿Puedo hablar contigo?
Todavía mirándose al espejo, replicó.
—No hay nada de qué hablar.
Esperó. No entraría a menos que le invitara. Se lo imaginó allí de pie, frunciendo el ceño, frotándose la frente, intentando pensar en qué decir a continuación, algo lo bastante firme como para complacer a esa mujer pero lo suficientemente amigable como para tranquilizar a su hija.
—Daos prisa—dijo Sarah—, o vais a llegar tarde.
—Le hemos dado de comer a Toby  —dijo la voz de su padre—, y lo hemos acostado. Nos tenemos que marchar ya, pero volveremos hacia medianoche.
Una vez más una pausa, después el sonido de pasos alejándose, con una lentitud medida para expresar una mezcla de preocupación y resignación. Había hecho todo lo que podía esperarse de él.
Sarah dio la espalda al espejo y miró acusadoramente a la puerta cerrada.
—Se supone que quería hablar conmigo —murmuró—. Pues tampoco ha echado la puerta abajo para hacerlo —Hubo un tiempo en el que no se habría ido sin darle un beso. Resopló. Las cosas ciertamente cambiaban en esta casa.
Se puso el pintalabios en el bolsillo y se limpió la boca con un pañuelo de papel. Cuando iba a arrojarlo a la papelera, algo captó su atención. Para ser más exactos, algo no estaba allí para captar su atención. Lancelot no estaba.
—¡Lancelot!— exclamó Sarah- Alguien ha entrado otra vez en mi cuarto. ¡Lo odio!¡Odio que entren en mi cuarto!
Rápidamente, registró su estante de juguetes, muñecas y cosas blandas, perros, monos, soldados y payasos, aunque sabía que sería inútil. Si el oso de peluche hubiera estado allí, habría estado en su posición señalada. Había desaparecido. El orden de la habitación había sido violado. Las mejillas de Sarah enrojecieron.
Fuera, el taxi estaba saliendo. Sarah lo oyó y corrió a la ventana.
—Te odio —gritó.
Nadie la oyó salvo Merlín, y él no podía hacer más que lo que ya estaba haciendo, que era ladrar ruidosamente, en el garaje.
Sabía donde encontraría a Lancelot. Toby ya tenía todo lo que su corazón de bebé podía desear, tenía mucho más de lo que la propia Sarah había tenido nunca; aunque se le daría más, cada día, sin lugar a dudas. Entró como una tromba en la habitación del niño. El oso estaba tendido sobre la alfombra, simplemente tirado allí, sin más. Sarah recogió a Launcelot y lo abrazó. Toby, lleno de leche caliente, casi se había dormido en su cuna. La entrada de Sarah lo despertó.
Miró fijamente al bebé.
—Te odio. Te odio.
Toby comenzó a llorar. Sarah se estremeció y abrazó a Lancelot más firmemente.
—Oh —gimió—. Oh, que alguien... me salve. Que alguien se me lleve de este horrible lugar.
Toby estaba aullando ahora. Su cara estaba roja. Sarah gemía, Merlín ladraba fuera. La tormenta descargaba un resplandor relampagueante y truenos directamente sobre la casa. Sacudía ruidosamente las ventanas en sus marcos. Las tazas de té danzaban en la alacena de la cocina.
—¿Qué es lo que quieres, oír un cuento? —le dijo Sarah al bebé con desdén.
 

   —¿Eh? Muy bien. —Con apenas un momento para pensar, pensó en Dentro del Laberinto—. Erase una vez una jovencita cuya madrastra la obligaba siempre  a  quedarse en casa cuidando del bebé. Y el bebé era un niño mimado que lo quería todo para él, y la joven era prácticamente una esclava. Pero lo que nadie sabía era que el Rey de los Goblins se había enamorado de la chica, y le había dado ciertos poderes. Así que una noche, cuando el crío había sido especialmente cruel con ella, llamó a los Goblins pidiendo ayuda.

—¡Escuchad! —dijo un goblin, abriendo un ojo.
A su alrededor, sobre él, bajo él, el nido de goblins se removió despertando de su sueño. Se abrió un ojo, y otro, y otro, todos enloquecidos, rojos y fijos. Algunos de los goblins tenían cuernos y otros dientes puntiagudos, algunos tenían dedos como garras; algunos vestían restos de armaduras, un yelmo, una babera, pero todos tenían pies escamosos, y ojos maliciosos. Dormían amontonados desordenadamente, en su cámara sucia del castillo del Rey de los Goblins. Sus ojos se abrieron, y sus orejas se alzaron.
—“Di las palabras correctas” dijo el Goblin “nos llevaremos al bebé a la ciudad de los Goblins y tú serás libre”— recitó Sharah ante el espejo de la habitación de Toby.
—Oh!— exclamaron los Goblins.
—Pero la chica sabía que el rey de los Goblins se quedaría el bebé en su castillo para siempre, para siempre, para siempre y lo convertiría en un Goblin— continuó Sarah— Y por ello la chica sufría en silencio, hasta que una noche cuando estaba cansada después de todo un día de trabajo y herida por las duras palabras de su madrastra, no tuvo más fuerzas para aguantar
Ahora, Sarah estaba inclinada tan cerca de Toby que estaba susurrando a su orejita sonrosada. De repente el niño se dio la vuelta en su cuna y la miró a los ojos, a solo un par de centímetros de distancia. Hubo un momento de silencio. Entonces Toby abrió la boca, y empezó a aullar ruidosa e insistentemente.
—Oh  bien, de acuerdo—bufó Sarah con disgusto, volviendo a enderezarse.
El trueno resonó, y Merlín daba todo lo que tenía.
Sarah suspiró, frunció el ceño, se encogió de hombros, y decidió que no había forma de evitarlo. Cogió en brazos a Toby y paseó por la habitación, meciéndole en sus brazos, junto con Launcelot. La luz de la mesilla lanzaba sus sombras contra la pared, enormes y oscilantes.
Toby no iba a dormirse solo porque lo pasearan. Sentía que tenía una seria queja que expresar.
—Cállate —dijo su hermana severamente— vamos... basta, basta ya... —Bajó la voz—... o digo las palabras.
Levantó la mirada rápidamente hacia las sombras de la pared y se dirigió a ellas teatralmente.
—¡No! No debo hacerlo – dijo Sarah- no debo decirlas.
Los Goblins contuvieron la respiración.
—Ojalá..., ojalá...

—Escuchad —dijo de nuevo el goblin.
Cada brillante ojo del nido, cada oreja, estaba ahora abierto.
Un segundo goblin habló.
—¡Lo va a  decir!
—¿Decir qué? —preguntó un Goblin estúpido.
—¡Shush! —El primer Goblin se esforzaba por oír a Sarah.
—¡Calla! —dijeron los demás Goblins.
—¡Callaos vosotros! —dijo el primer Goblin.
En medio de la barahúnda, el primer Goblin pensó que se volvería loco intentando oír.
—¡Sh! ¡Shhhh! —Puso una mano sobre la boca del Goblin estúpido.
—Escuchad —amonestó el primer Goblin al resto—. Va a decir las palabras.
El resto de ellos se las arregló para quedar en silencio. Escuchaban atentamente a Sara.

Ella estaba de pie, erguida. Toby había alcanzado tal in crescendo de gritos, con la cara roja, que apenas podía respirar con dificultad. Su cuerpo estaba rígido entre los brazos de Sarah por el esfuerzo que estaba haciendo. Launcelot había caído al suelo de nuevo. Sarah cerró los ojos otra vez y se sacudió a sí misma.
   —¡No puedo soportarlo más!— gritó Sarah—¡Rey de los Goblins, Rey de los Goblins, si estás por aquí llévate a este niño bien lejos de mí!
El relámpago centelleó. El trueno rugió.

Los goblins dejaron caer las orejas, descorazonados.
—No es así —dijo el primer goblin, decepcionado.
—¿Dónde ha aprendido esa idiotez? —gruñó el segundo—. La frase no empieza por “Rey de los Goblins”
—¡Sh! —dijo un tercer goblin, aprovechando de dar órdenes a los otros.

Sarah todavía sostenía a Toby sobre su cabeza. Ofendido por ello, Toby estaba gritando incluso más ruidosamente que antes, algo que Sarah no hubiera creído posible, Lo bajó y lo acunó, lo cual tuvo el efecto de restaurar los gritos al nivel estándar.
Exhausta ya, Sarah le dijo:
—Oh, Toby, ¡basta!. —Cualquier cosa sería preferible a este caldero de ruido, furia, culpabilidad y cansancio, en el que se encontraba. Con un pequeño sollozo agotado, dijo—: Ojalá supiera qué decir para que los Goblins se te llevaran.

—Ojalá vinieran los Goblins y se te llevaran ahora mismo—dijo el primer goblin con un suspiro impaciente. — ¡No es tan difícil!


De repente, Sarah recordó las palabras exactas que necesitaba para que los Goblins se llevaran al bebé:
—Ojalá... ojalá...

Los goblins estaban alerta otra vez, mordiéndose los labios a causa de la tensión.
—¿Ya lo ha dicho? —preguntó alegremente el goblin estúpido.
Como uno, el resto se volvió hacia él.
—Cállate —dijeron irritados.

El tornado de Toby se había acallado. Estaba respirando profundamente, con un sollozo al final de cada respiración. Tenía los ojos cerrados. Sarah volvió a ponerlo en la cuna, no demasiado gentilmente y lo arropó.
Caminó calladamente hasta la puerta y la estaba cerrando a su espalda cuando el niño emitió un extraño chillido y empezó a gritar de nuevo. Estaba ronco ya, y en consecuencia resultaba más ruidoso.
Sarah se quedó congelada con una mano en el pomo de la puerta.
—Ojalá vinieran los Goblins y se te llevaran...—hizo una pausa, dudaba en si concluir la frase o no.
Los goblins estaban ahora inmóviles, podrías haber oído parpadear a un caracol.

—... ahora mismo —dijo Sarah.

En el grupo de goblins se produjo una exhalación de placer.
—¡Lo dijo!
En un instante, todos los goblins se desvanecieron en diferentes direcciones, dejando solo al goblin estúpido. Se quedó allí plantado, con una sonrisa bobalicona en la cara, hasta que notó que el resto le había dejado atrás.
—Eh —dijo— esperadme. —e intentó correr en varias direcciones a la vez. Después, él también se desvaneció.

El relámpago centelleó y un trueno atravesó el aire. Toby soltó un chillido agudo, y Merlín ladró como si todos los ladrones del mundo estuvieran intentando entrar en la casa. 

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Capítulo 2- Lo dicho, dicho está

La tormenta rabiaba sobre la casa de Sarah. Las nubes burbujeaban. La lluvia azotaba las hojas de los árboles. El trueno fue seguido por el relámpago.
Sarah estaba escuchando. Lo que escuchaba era el silencio antinatural de la habitación. Toby había dejado de llorar, tan repentinamente que la asustó. Volvió a mirar en la habitación del niño. La luz de la mesilla estaba apagada.
—¿Toby? ¿te encuentras bien?—llamó. Él no respondió.
Accionó el interruptor de la luz junto a la puerta. No ocurrió nada. Lo apretó varias veces sin ningún efecto. Una tabla crujió.
Entró nerviosamente en la habitación silenciosa. La luz del rellano, que llegaba a través de la puerta, lanzaba formas extrañas contra las paredes y la alfombra. En un momento de calma entre dos truenos, creyó haber oído un zumbido en el aire. No podía detectar ningún movimiento en la cuna.
—¿Por qué no lloras?—susurró con ansiedad, y se acercó a la cuna conteniendo el aliento. Sus manos estaban temblando como hojas de álamo. Extendió la mano para tirar hacia atrás de la sábana.
Retrocedió sobresaltada. La sábana se convulsionaba. Formas raras empujaban y se revolvían bajo ella. Creyó vislumbrar cosas asomando por el borde de la sábana, cosas que no eran ninguna parte de Toby. Sintió el corazón palpitar, y se cubrió la boca con una mano, para evitar gritar.
Entonces la sábana se quedó inmóvil otra vez. Se hundió lentamente contra el colchón. Nada se movía.
No podía darse la vuelta y huir dejándole ahí. Tenía que saber. Fuera cual fuera el horror que encontrara, tenía que saber. Impulsivamente, extendió la mano y tiró de la sábana.
La cuna estaba vacía.
Durante un momento o una hora, nunca supo cuando tiempo pasó, se quedó mirando la cuna vacía. Ni siquiera estaba asustada. Su mente se había quedado en blanco.
Y entonces se asustó por un golpeteo suave y rápido en el cristal de la ventana. Sus manos se cerraron con fuerza, las uñas se le clavaron en la piel.
Un búho blanco aleteaba insistentemente contra el cristal. Podía ver la luz del rellano reflejada en sus grandes, redondos y oscuros ojos, observándola. La blancura de su plumaje estaba iluminada por una serie de relámpagos que parecían continuos. Tras ella, un goblin alzó brevemente la cabeza, y la agachó de nuevo. Otro hizo lo mismo. Ella no les vio. Sus ojos estaban fijos en los del búho.
El relámpago crujió y brilló intermitentemente de nuevo, y esta vez distrajo su atención de la ventana iluminando el reloj que había sobre la repisa de la chimenea. Vio que sus manecillas apuntaban a las trece en punto. Estaba mirando distraídamente al reloj cuando sintió algo golpear la parte de atrás de sus piernas. Bajó la mirada.
Tras ella, algo rió disimuladamente. Se giró y vio como se agachaba rápidamente tras la cómoda. Las sombras corrían por las paredes. Los goblins brincaban y saltaban tras ella. Sarah estaba observando la cómoda.
Se dio la vuelta, con la boca abierta, las manos cerradas en puños, y vio a los goblins haciendo cabriolas. Estos se agacharon entre las sombras, para evadir su mirada.
El viento tormentoso elevó su tono. El relámpago iluminó la habitación como si fuera de día, y las caras aterradoras de repente se desvanecieron dentro de los armarios, cajones o bajo las grietas del suelo. Cuando el trueno resonó y el viento sacudió las cortinas, una ráfaga de aire abrió la ventana. Entre las cortinas flameantes entró el búho blanco.
Sarah se cubrió la cara con las manos, y gritó, y volvió a gritar. Estaba petrificada ante la idea de que el búho aleteara hacia ella. Pensó que se moriría si lo hacía.
Sintió el viento soplar alrededor de su cabello, pero el aleteo había cesado. Espió entre los dedos, para ver donde estaba posado el pájaro. Quizás había vuelto a salir volando.
El prolongado chisporroteo de un relámpago lanzó una sombra gigante sobre la pared que daba a la ventana. Era la sombra de una figura humana.
Sarah se dio la vuelta. La silueta recortada contra el cielo tormentoso era la de un hombre. Llevaba una capa, que se arremolinaba con el viento. Podía ver que su cabello era rubio y le llegaba hasta los hombros. Algo centelleaba en su cuello. Más no podía ver a la luz tenue.
Los relámpagos trazaban venas en el cielo e iluminaron su cara. No estaba sonriendo como podía sonreír uno al saludar a un desconocido, ni su expresión era feroz. Sus ojos estaban fijos en los de Sarah con una intensidad que ella encontraba compeledora. Cuando dio un paso hacia ella, a la luz que brillaba desde la puerta, no retrocedió. Si los ojos no la hubieran hipnotizado, la cadena dorada que colgaba de su cuello podría haberlo hecho. Su camisa era color crema, abierta por delante, de mangas sueltas, con puños sedosos en las muñecas. Sobre ella vestía un abrigo negro y ajustado. Calzaba botas negras sobre mallas grises, y en sus manos guantes negros. En una de ellas sostenía el mango enjoyado de un curioso bastón con forma de cola de pez en el extremo.
El zumbido que había creído oír en el aire era ahora bastante claro, y musical. El desconocido sonrió ante su vacilación. Era indudablemente guapo. No había esperado eso. Cuando habló, su voz fue un susurro.
—Eres... tú, ¿verdad? Tú eres el Rey de los Goblins.
Él hizo una inclinación con la cabeza.
Sarah resistió el ridículo impulso de hacer una reverencia.
—Devuelveme a mi hermano por favor- Suplicó Sarah- No hablaba en serio
Jareth cruzó las manos sobre el extremo de su bastón.
—Lo dicho, dicho está.
—Pero  si no lo hablaba en serio —replicó Sarah rápidamente.
—No me digas
—Oh, por favor. ¿Dónde está?
Jareth rió ahogadamente.
—Sabes muy bien donde está.
—Por favor, devuélvemelo, por favor. —Se oyó a sí misma hablar con una vocecilla.
—Sarah... —Jareth frunció el ceño, y sacudió la cabeza. Su expresión era toda preocupación por ella—. Vuelve a tu cuarto. Juega con tus juguetes y con tus disfraces y olvídate del niño.
—No puedo.
Durante un momento, se evaluaron el uno al otro, adversarios intentando medirse al comienzo de una larga empresa. El trueno retumbó.
Entonces Jareth alzó su brazo izquierdo e hizo un largo gesto con su mano. Sarah miró alrededor, pensando que él estaba convocando ayuda. Cuando volvió a mirarle de frente, un brillante cristal había aparecido en su mano.
—Te he traído un obsequio —dijo, ofreciéndoselo.
Ella hizo una pausa. No podía confiar en él.
— ¿Qué es?
—Un cristal, nada más. Pero si sabes usarlo y miras en su interior... te mostrará tus sueños.
Los labios de Sarah se entreabrieron involuntariamente. Con una sonrisa burlona, Jareth observó su cara, mientras giraba el reluciente cristal entre sus dedos. La mano de ella comenzó a extenderse hacia él. Jareth sonrió un poco más, y retiró el cristal.
Alzando el bastón con su otra mano, le dijo.
—Pero este no es un regalo para una chica corriente, que se preocupa por un niño llorón. —Su voz era más callada ahora, y más ronca—. ¿Lo quieres? —Lo extendió hacia ella de nuevo.
Esta vez las manos de Sarah permanecieron a sus costados, y no respondió. Sus ojos estaban fijos en la danza, en los destellos del cristal. Ver sus propios sueños... ¿qué no daría a cambio de eso?
—Pues olvidate al niño —dijo Jareth firmemente.
Mientras Sarah dudaba, otro trueno y relámpago iluminaron el cielo tras el Rey de los Goblins.
Se sentía desgarrada. El regalo era realmente seductor, y también la idea de que alguien la entendiera, alguien que se preocupara por los lugares secretos de su imaginación y supiera lo infinitamente preciados que eran para ella, más que cualquier otra cosa. A cambio, tendría que renunciar a su responsabilidad  para con un niño afrentosamente malcriado, que hacía interminables demandas y nunca mostraba el más mínimo signo de gratitud; que era, después de todo, solo su medio hermano. El cristal giraba, reluciendo.
Consiguió cerrar los ojos. Desde detrás de los párpados cerrados, oyó una voz respondiendo. Era su propia voz, pero parecía ser un recuerdo.
—No puedo. No es que no aprecie lo que intentas hacer por mí.... pero quiero que vuelva mi hermano. Debe estar muy asustado... —Abrió los ojos.
—Sarah...— dijo Jareth cortante.
Jareth resopló, echándose hacia atrás la melena rubia. Había perdido la paciencia con la chica. Con un ademán de su mano, extinguió el cristal. Con otro ademán, extrajo una serpiente viva del aire. La sostuvo con un brazo estirado ante él, de forma que se retorciera y siseara junto a la cara de Sarah. Luego la lanzó hacia ella.
—No me desafíes —le advirtió.
La tenía enredada alrededor de su cuello. Agarró desesperadamente a la cosa, y pensó que era como una bufanda de seda. Chilló, la dejó caer, y se alejó de un salto. Cuando golpeó el suelo un pequeño Goblin apareció de la bufanda de seda y se rió antes de salir corriendo. Otros goblins se arrastraron desde las sombras, o salieron de improviso de sus escondites, y se pusieron en pie, por toda la habitación, ahora descarados, deseando ver lo que su rey haría a continuación.
—No eres rival para mí, Sarah. —Jareth sonaba impaciente.
—Pero tengo que hacer que vuelva mi hermano— contestó Sarah con casi lágrimas en sus ojos.
Y ahora, con un gesto realmente afectado sacado de un vodevil, giró la mano y señaló a través de la ventana.
— ¡Está Allí, en mi castillo!
Relámpago y trueno, en el instante preciso, pensó ella. Pasó junto a él y miró a la noche. Sobre una colina distante, brillando entre los destellos, vio un castillo. Se inclinó sobre el alféizar, intentando ver más claramente. Había torres con torretas, enormes muros, capiteles y bóvedas, un rastrillo y un puente levadizo. Alrededor de él el relámpago lamía y se ahorquillaba como lenguas de serpiente. Más allá, oscuridad.
Desde detrás de su hombro, Jareth murmuró.
— ¿Aun quieres ir a buscarlo?
— ¿Es ese el castillo más allá de la Ciudad de los Goblins?— Preguntó Sarah con decisión.
Jareth no respondió esta vez, y Sarah se dio la vuelta. Todavía estaba allí, observándola intensamente, pero ya no estaban en su casa. Estaban cara a cara sobre una cumbre barrida por el viento. Entre ellos y la colina en la que se alzaba el castillo había un amplio valle. En la oscuridad no podía verse lo que había ahí abajo.
Se giró de nuevo. El viento le sopló el cabello sobre la cara. Echándoselo hacia atrás, dio un tímido paso hacia adelante.
La voz de Jareth llegó desde su espalda.
—Regresa, Sarah. Regresa antes de que sea demasiado tarde.
—No puedo. ¿No comprendes que no puedo? —Sacudió la cabeza lentamente, mirando hacia el lejano castillo.
—Qué lástima. —La voz de Jared era baja, y gentil, como si realmente lo dijera en serio.
Sarah miraba hacia el castillo. Parecía estar lejos, pero no a una distancia imposible de recorrer. Dependiendo de lo que encontrara en el valle, podía ser cruzada fácilmente. ¿La oscuridad de ahí abajo sería perpetua?
—No parece estar tan lejos —dijo, y oyó en su propia voz el esfuerzo que estaba haciendo para sonar valiente.
Jareth estaba junto a su codo ahora. La miraba, con una sonrisa helada.
—Está más lejos de lo que crees. —Señalando a un árbol, añadió—. Y el tiempo es breve.
Sarah vio que un reloj antiguo de madera había aparecido en el árbol, como si hubiera crecido en una rama. Marcaba las trece horas, como había hecho el reloj del cuarto de Toby.
—Tienes trece horas para cruzar el Laberinto —le dijo Jareth—, antes de que tu hermanito se convierta en uno de nosotros para siempre.
La magia todavía zumbaba en el aire. Sarah estaba de pie todavía, con el cabello azotado por el viento, mirando más allá del valle hacia el castillo.
—Una auténtica pena— dijo Jareth tras desvanecerse.
Sarah giró la cabeza para mirarle, pero él ya no estaba allí. Se dio la vuelta. Se había desvanecido. Estaba sola en medio de la noche, sobre la ventosa colina.
—El Laberinto—dijo Sarah de forma concluyente.
Miró otra vez al castillo. La tormenta estaba pasando. Las sombras de las nubes atravesaban la luna. Creyó vislumbrar la figura de un búho, bien alto, con las alas extendidas en el aire, mientras volaba firmemente alejándose de ella.
—No parece tan difícil.
Dio otro paso hacia adelante, bajando la ladera.
—Bien, andando.

martes, 7 de septiembre de 2010

Capítulo 3- El exterminador de hadas


Sarah se sintió caer hacia adelante en la oscuridad. Sólo balanceando los brazos frenéticamente se las arregló para mantener el equilibrio. La ladera era muy pronunciada.
Su boca se había quedado seca del miedo, se sentó. Así se sentía segura, pero no podía permitirse quedarse allí sentada mucho rato, cuando solo le quedaban trece horas para atravesar el Laberinto y encontrar a Toby en el castillo.
Intentó reptar ladera abajo sobre el trasero, pero eso tampoco funcionaba. Rocas y pequeños arbustos se lo impedían, y no se atrevía a ponerse en pie para pasarles por encima. Estaba todo tan negro que bien podría haber estado intentado encontrar su camino a través de un mar de tinta. Sintió las lágrimas florecer, pero parpadeó para contenerlas. Lo haría. No había límites en lo que ella podía hacer, con determinación (cosa que indudablemente tenía), e ingenio (cosa que nunca le había faltado), y tal vez un poco de suerte (cosa que se merecía, ¿no?). «Lo lograré», prometió, mientras estaba sentada sobre la negra ladera sin tener ni idea de cómo dar un paso más.
Alto sobre ella, hacia donde la lechuza había volado, se oyó a una alondra cantar. Miró hacia arriba con atención y al apartar la vista de la negrura de abajo fue consciente de un indicio de luz que manchaba el borde del cielo oscuro. Observó como la luz se hacía más y más brillante, cambiando de rojo a rosa, y después a un azul pálido, y cuando vio el borde del sol alzarse sobre el horizonte cerró los ojos y tomó un profundo aliento. Sintió como el sol caldeaba su piel. Lo conseguiría.

Cuando abrió de nuevo los ojos, el castillo de Jareth brillaba ante ella, sus escaleras y torrecillas recortadas contra la luz del sol. Ansiosamente escrutó el valle, el cual, como una fotografía revelándose, tardó un rato más en mostrarse a sí mismo.

La primera cosa que pudo evaluar fue su anchura. La extensión de tierra entre sí misma y el castillo no era tan grande. «Puedo correr hasta allí en un par de horas», consideró. Solo eran unos pocos kilómetros. «Jareth estaba intentando embaucarme. Creyó que me asustaría tanto en la oscuridad que me rendiría y olvidaría a Toby. ¿Cómo podría hacer eso? De cualquier modo, en trece horas puedo estar allí y volver con tiempo de sobra».

Se preguntó si trece horas en la tierra de Jareth serían lo mismo que en casa. ¿Y qué pensarían su padre y su madrastra cuando volvieran? Probablemente llamaran a la policía. Bueno, no había nada que ella pudiera hacer al respecto. No esperaba encontrar un teléfono en el castillo de Jareth. Sonrió débilmente.

El sol estaba por encima del horizonte, colores y formas penetraban el valle. Había un montón de cosas horribles allá abajo; podía verlo. Siguió observando y gradualmente tomó conciencia de la verdadera naturaleza del valle.

Al principio no podía creérselo. Cuando el sol se alzó aún más arriba revelándole más, sus hombros se encorvaron y su cara perdió la sonrisa. Sacudió la cabeza lentamente, atónita.

Al pie de la ladera donde estaba sentada, hasta el castillo y más allá, y hasta donde  alcanzaba la vista en cada dirección, se extendía un vasto e intrincado laberinto de muros y setos.

Lo estudió, intentando descifrar en él algún patrón, algún diseño principal que pudiera guiarla al atravesarlo. No pudo ver ninguno. Pasillos que giraban, volvían y se enroscaban. Portales que conducían a portales que conducían a portales. Le recordó a miles de huellas digitales colocadas lado a lado, superponiéndose unas a otras. « ¿Alguien diseñó todo esto o simplemente ocurrió sin más?», se preguntó.
La imposibilidad de encontrar el camino a través del Laberinto comenzó a abrumarla. Se puso en pie, apretando los puños y tensando la mandíbula, y se aclaró la garganta.
A la luz naciente, podía ver bajo ella un sendero que zigzagueaba ladera abajo. Escogió su camino con cuidado a través de las rocas y arbustos. Al pie del sendero, encontró un gran muro, fortalecido con contrafuertes. Se extendía hasta donde alcazaba la vista a derecha e izquierda.
Vacilante se aproximó a la pared, sin tener idea de qué haría cuando la alcanzara. Mientras se acercaba, un movimiento justo en la base captó su atención. Era un hombrecillo, de pie junto a un estanque. Cacareaba mientras aplastaba algo con los pies.
—Disculpa —dijo Sarah.
El hombrecillo casi saltó fuera de su piel.
—Oh, discúlpame a mí —dijo, incluso antes de levantar la mirada para ver quién era.
Cuando se volvió, su cara resultó estar muy abajo así que la evaluó desde debajo de unas espesas y peludas cejas.
— ¡Ah! —Exclamó, pareciendo asombrado y enfadado al mismo tiempo—. ¡Eres tú! —Al parecer nunca antes había posado los ojos en una persona como Sarah. O quizás era que ninguna persona como Sarah le había cogido nunca desprevenido.

Así nunca llegaremos a ninguna parte, pensó Sarah.
Era una personita extraña. Sus cejas pobladas claramente pretendían ser feroces, pero su cara arrugada no estaba a la altura de tal ferocidad. Su expresión era cauta ahora, no particularmente amigable, pero tampoco hostil. Parecía evitar su mirada y notó que cada vez que movía las manos, los ojos de él las seguían. En lo alto de la cabeza tenía una gorra de piel. Del cinto que sujetaba sus calzas, pendía una cadena de ornamentos tintineantes, bisutería por lo que Sarah podía ver. Vio que su boca se movía para decir otra vez "¡Vaya!" y lo interrumpió rápidamente.
—Perdona, pero tengo que atravesar el Laberinto. ¿Puedes ayudarme?
La boca se quedó congelada en la formación de la V, parpadeó hacia ella una vez o dos. Entonces sus ojos se lanzaron a un lado. Se apresuró a recorrer unos pocos pasos hasta una caléndula, al mismo tiempo que sacaba una lata de spray de su chaqueta. Cuando apuntó el spray, Sarah vio una pequeña hada diáfana emergiendo de la caléndula.
El hombrecillo la roció con un par de rápidas ráfagas. El hada languideció de inmediato, como un pétalo marchito.
—Cincuenta y siete —dijo él con algo de satisfacción.
Sarah estaba atónita.
—Oh, ¿cómo has podido?
Él respondió con un gruñido.
Sarah corrió hacia el hada que yacía en el suelo, con las alas estremeciéndose y arrugándose.
—¡Póbrecita! —exclamó. La recogió gentilmente con la punta de los dedos y se giró acusadora hacia el asesino de hadas—. Eres un monstruo...
Sintió un dolor agudo, como al pincharse con un vaso roto. El hada le había mordido el dedo.
—¡Oh! —Sarah dejó caer al hada y se metió el dedo en la boca—. Me ha mordido —murmuró alrededor del dedo.
El extraño hombrecillo río toscamente.
—Por supuesto —rió ahogadamente el hombrecito—. ¿Qué esperabas que hiciera un hada?
—Pensaba que hacían cosas bellas—Sarah estaba frunciendo el ceño, perpleja— Como... conceder deseos.
— ¡Já! —Las cejas del hombrecillo se alzaron y rió con satisfacción—. Eso demuestra cuanto sabes, ¿no? —Alzó su spray y roció casualmente otra caléndula con él. Una segunda hada reluciente cayó, arrugándose y marchitándose como una hoja en otoño—. Cincuenta y ocho —dijo él, y sacudió la cabeza.
Sarah todavía estaba haciendo una mueca mientras se chupaba el dedo.
—Eres horrible —le dijo.
—No, no lo soy. —Parecía sorprendido—. Soy Hoggle. ¿Quién eres tú?
—Sarah.
Él asintió.
—Lo que pensaba. —Divisando a otra hada, la roció. Para asegurase, le puso un pie encima y lo giró aplastándola contra el suelo. El hada chilló—. Cincuenta y nueve —dijo Hoggle.
Sarah estaba pensando, todavía chupándose el dedo. Parecía conocerla. Así que debía tener algo que ver con Jareth, ¿no? Una especie de espía, tal vez. Bueno, quizás. Aunque no era precisamente su idea de un espía. Los espías no eran gruñones. No te hacían trastadas. ¿No?
Si todas sus opiniones estaban equivocadas, como él había dicho, entonces esta debía estar equivocada también. Pero en ese caso, pensó, suponiendo que fuera un espía, su trabajo sería persuadirme de que todas mis opiniones están equivocadas cuando en realidad todas son correctas. Y si todas eran correctas, no era un espía. Pero eso significa que no tiene motivos para persuadirme de que estoy equivocada en todo, así que probablemente esté equivocada en eso también, así que...
Sarah se sacó el dedo de la boca. El dolor aflojaba ahora. Sacudió la cabeza y tuvo que sonreír un poco por la cara divertida y marchita que puso él.
La expresión de Hoggle, en respuesta, se volvió a oscurecer. La miró desconfiado. No estaba acostumbrado a que le sonrieran.
Bueno, pensó, aquí no hay nada que hacer. Esté aquí para espiarme o no, es la única persona a la que puedo pedir ayuda. Así que lo intentó.
—¿Sabes dónde está la puerta del Laberinto?
Él arrugó la cara.
—Eh...puede ser.
—Bien, ¿dónde está?
En vez de replicar, él hizo un amagó a un lado, alzando la lata de spray.
—Ah bichejo...sesenta— y se rió por haber acabado con la vida del hada.
—He dicho que  ¿dónde está?
— ¿Dónde está qué?
—La puerta.
— ¿Qué puerta?
— ¡Es inútil preguntarte nada!
Sarah tenía ganas de darle un puñetazo.
—No si haces las preguntas justas. —Le estaba dedicando una mirada de reojo.
— ¿Cómo puedo entrar en el Laberinto?
Hoggle inhaló por la nariz, sus ojos chispeaban.
— ¡Ah! Ahora, eso está mejor.
Sarah creyó oír de nuevo esa música en el aire, la música mágica que había zumbado alrededor del Rey Goblin.
—Puedes entrar por ahí —asintió con la cabeza, señalando tras ella.
Sarah se dio la vuelta. Ahora, en el gran muro, vio una enorme puerta grotescamente diseñada. La miró casi acusadoramente. Podría haber jurado que no estaba allí antes.
Sarah estaba mirando con atención más allá de la puerta. No le gustaba lo que veía. Estaba oscuro y parecía amenazador. La música que zumbaba en el aire parecía más intensa. Había un olor a putrefacción.
    — ¿Tú estás segura de que quieres entrar?— preguntó Hoggle apaciblemente.
    —Sí...— musitó Sarah con temor—No tengo más remedio.
Reunió su coraje y dio dos pasos dentro del Laberinto. Entonces se detuvo. Un pasaje cruzaba la entrada. Era tan estrecho, y la pared tan alta, que el cielo no era más que una rendija sobre su cabeza. En la penumbra resonaba un continuo goteo de agua.
Se aproximó a la pared más alejada, la tocó y apartó la mano. Estaba húmeda y resbaladiza, como mohosa.
A su espalda, la cabeza de Hoggle se asomaba a través de la puerta.
—Acogedor, ¿verdad?—preguntó y se echó a reír.
Sarah se estremeció.
Los modales de Hoggle se habían alterado. Estaba callado, casi era posible detectar un indicio de preocupación en su voz.
—Y ahora —dijo Hoggle, con un tono de voz que implicaba, allá tú— ¿Irías a la izquierda o la derecha?—preguntó mientras señalaba a uno y otro lado.
Sarah miró a un lado y después al otro. No había razón para escoger uno u otro. Ambos parecían sombríos. Las paredes de ladrillo parecían extenderse hasta el infinito. Se encogió de hombros, esperando alguna ayuda, pero demasiado orgullosa para pedirla.
—Ambos parecen iguales —dijo.
—Bien —le dijo Hoggle—, así no vas a llegar muy lejos.
— ¿Hacia dónde irías tú?—dijo ella malhumoradamente
— ¿Yo? —Él rió sin alegría—. No iría hacia ningún lado.
—Si esa es toda la ayuda que vas a darme te puedes marchar.
— ¿Sabes lo que te pasa? —preguntó Hoggle.
No hizo caso al consejo, sino que intentó aparentar determinación y ponerse en camino en una dirección u otra. Izquierda, derecha; pensaba, ese era el orden normal. Así que en este lugar anormal, bien podría intentar con la derecha, ¿verdad?
—Das demasiadas cosas por sentado —siguió Hoggle—. Este Laberinto, por ejemplo. Incluso si  llegaras al centro, nunca volverías a salir.
—Eso es lo que tú crees —Sarah se movió a la derecha.
—Bueno, es mejor que lo que crees tú.

—Gracias por nada, Gaggel.

— ¡Es Hoggle! —Su voz llegó resonante desde la puerta, donde él se había quedado—. Y no me digas que no te lo advertí.
Tensando la mandíbula, avanzó a grandes pasos entre las paredes húmedas y horrendas.

Solo había recorrido unas pocas zancadas cuando, con un poderoso y reverberante ¡clang!, la verja se cerró tras ella. Se detuvo, y no pudo resistirse a volver la vista atrás, para ver si la verja se abriría de nuevo. No lo hizo.

Hoggle estaba fuera. Ahora el único sonido en el Laberinto era el goteo del agua y la respiración acelerada de Sarah.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Capítulo 4- ¿Cuál es cada una?

Sarah tomó un profundo aliento y avanzó nuevamente por el largo pasillo. Una acumulación de liquen que se encontraba sobre el pilar de la verja abrió los ojos y la observó marchar.
Los ojos, entreabiertos mostraban una expresión ansiosa y cuando Sarah se hubo alejado un tanto de él, el liquen giró la mirada hacia el otro lado, murmurando para sí mismo. La mayor parte eran muestras de desaprobación por la dirección que Sarah había tomado. Podía verse por la forma en que los ojos miraban significativamente al otro lado. El liquen sabía cosas.
Cuando llevaba caminando un rato entre las paredes de imponente altura del aparentemente interminable pasillo y ya que nada parecía diferente, siguió andando un rato más, y todo era lo mismo. «Otros cien pasos. Y si todavía no llego a ninguna parte pensaré qué hacer a continuación», se dijo a sí misma.
Uno, dos... noventa y ocho, noventa y nueve. Las paredes se extendían hasta la eternidad.
—¿Por qué lo llaman laberinto? —dijo en voz alta, por el consuelo de oír al menos su propia voz—.No hay giros, ni esquinas, ni nada. Solo sigue y sigue. —Se detuvo, pensando en lo que Hoggle le había dicho—.O quizás no—razonó—.Quizá estoy dando por sentado que es así—Deseó saber cuantas de las trece horas le quedaban ya. No era justo no saberlo.
Tomando un profundo aliento, comenzó a correr. Ahora la única diferencia era que las paredes revelaban su eternidad más rápidamente. Corrió más rápido, patinando en el barro, dándose contra los costados del pasillo, más rápido y más rápido, y las paredes se extendían ante ella sin doblar o cambiar de dirección o acabar, hasta que empezaron a dar vuelta sobre su cabeza y comprendió que se estaba desmayando, exhausta, con lágrimas corriendo por las mejillas.
Se tendió en un montón, sollozando. Un trozo de liquen que estaba cerca la miró simpáticamente, con los ojos saltones.
Cuando se hubo recobrado, abrió los ojos muy lentamente, esperando ver algo diferente esta vez: una esquina, una puerta, incluso su propio dormitorio. Todo lo que había para ver eran las dos paredes.
Con un pequeño chillido de frustración, golpeó los puños contra una de las paredes.
Como respondiendo al timbre de una puerta, una diminuta criatura agusanada con grandes ojos saltones asomó la cabeza entre los bloques donde Sarah había golpeado.
—Ola —dijo una voz alegre.
— ¿Has dicho “hola”? — Preguntó Sarah con incredulidad.
    No, he dicho “ola” pero es casi lo mismo —Contestó el gusano
    ¿Eres un gusano, verdad?
    Sí, eso es, sí…
Desolada, Sarah miró al gusano. Un gusano parlante, reflexionó; sí, nunca debería haber dado por supuesto que un gusano no puede hablar. Se encogió de hombros. Si un gusano podía hablar, quizás pudiera darle algún consejo. Con voz baja, le preguntó:
— ¿No sabrás por casualidad como atravesar este laberinto no?
—¿Quién, yo? —Sonrió abiertamente—. No, solo soy un gusano.
Sarah asintió. Puede que hubiera sido esperar demasiado.
—Entra a conocer a mi señora —la invitó el gusano.
Ella se las arregló para sonreír débilmente.
—No, gracias —dijo al gusano—, tengo que cruzar este laberinto. Pero no hay esquinas, ni aberturas, ni nada. —Parpadeó para contener las lágrimas calientes—. Sólo sigue y sigue.
—Vaya —dijo el gusano—, no estás mirando bien. Está lleno de entradas, sólo que tú no las ves.
Sarah miró alrededor con incredulidad. Las paredes se extendían por siempre a ambos lados.
No había lógica en ello. O quizás no tenía nada que ver con la lógica y ese era el problema: toda lógica y nada de razón.
— Bien, ¿dónde está? — Inquirió Sarah.
—Hay una allí mismo —siguió el gusano—. Justo delante de ti.
Ella miró. Pared de ladrillo, musgo húmedo, liquen, nada más.
—No, no hay nada.
El gusano resopló, y con voz amable dijo:
—Entra y  tomate  una tacita de té.
—Pero no hay ninguna abertura. —La voz de Sarah era insistente.
El gusano echó a reír.
—¡Desde luego que la hay! — dijo como si fuera lo más evidente del mundo.
— Intenta atravesarla— Continuó el gusano. —Verás a que me refiero.
Sarah comenzó a andar hacia el lugar indicado por el gusano con mucho cuidado.
—¿Qué? —Sarah volvió a mirar de nuevo al gusano.
—Venga, adelante. —Le animó el gusano
La hospitalidad del gusano se malgastaba con ella.
—No hay más que pared—masculló—No se puede cruzar.
—Las cosas no son siempre lo que parecen en este lugar—observó el gusano—por tanto, no puedes darlo todo por sentado.
Sarah lanzó al gusano una mirada penetrante. ¿Cómo es que utilizaba la misma frase que Hoggle? Y en su mente oyó de nuevo la voz de Hoggle. «¿Yo? No iría ni a la izquierda ni a la derecha»
Ningún lado. Justo delante de ti. ¿Qué más quedaba por hacer? Lo intentaría. Muy tentativamente, sobresaltándose por anticipado, se acercó a la pared y la atravesó, hasta otro pasillo.
Sarah estaba deleitada. Este pasillo también se extendía infinitamente por ambos lados, pero al menos era un pasillo diferente. Se giró agradecida.
— ¡Eh!- dijo Sarah muy contenta por haber encontrado un camino nuevo.
Había comenzado a avanzar a lo largo del nuevo pasillo cuando oyó un pequeño grito a su espalda.
— ¡Eh, Espera! —estaba gritando el gusano.
    ¡Gracias, no sabes cuanto te lo agradezco! — Dijo Sarah dedicándole una sonrisa al gusano.
    ¡Pero no vayas por ese lado! —Respondió el gusano alarmado.
    ¿Que has dicho?
    He dicho “que nunca vayas por ese lado” —Repitió el gusano— Nunca vayas por ese lado.
—Oh —asintió Sarah—. Gracias. —Se puso en camino en la otra dirección.
El liquen la observó marchar de nuevo, y suspiró con alivio.
—Menos mal—El gusano puso los ojos en blanco—Si llega a seguir por aquel lado habria ido directa al castillo.
Al poco de caminar, el Laberinto comenzó a cambiar y Sarah llegó hasta unas columnas de las que brotaban manos en todas direcciones señalando puntos al azar. De repente, Sarah escuchó el llanto de Toby.
— ¡Toby! — Dijo la muchacha. — Ya voy Toby…

*************************

En la recámara de piedra del Rey Goblin, Toby, todavía con su pijama a rayas rojas y blancas, tenía la boca abierta de par en par y estaba aullando. Sus pequeños puños estaban firmemente apretados, su cara estaba escarlata y sus ojos cerrados, y estaba montando un escándalo que hubiera hecho gemir a Sarah en voz alta.
Jareth lo observaba con una sonrisa divertida. En este lugar nadie más se fijaba mucho en Toby. Duendes con cuernos, hadas y goblins con yelmos armaban barullo por el lugar, en el suelo sucio, sobre los escalones del trono, subidos a los salientes de las paredes de la habitación, algunos persiguiendo pollos o a un cerdo negro con un yelmo, algunos disputándose algún bocado, otros asomándose a alguna vasija con la esperanza de encontrar algo para comer, algunos sentados royendo huesos, otros mirando maliciosamente a todos los demás a través de los ojos entrecerrados. El lugar estaba literalmente cubierto de platos de comida a medio terminar, trozos de carne podrida y verdura pasada, basura y porquería. Un pequeño terodáctilo aleteaba por ahí, buscando su oportunidad. Los cuervos se posaban heráldicamente sobre el trono, decorado con cuernos de carneros que un buitre se había apropiado para utilizar como nido o tal vez Jared había instalado al buitre allí para su diversión.
Necesitaba algo que le mantuviera entretenido. Los goblins eran, francamente, aburridos. Eran tan estúpidos que no podían encontrar el camino a través del Laberinto. Carecían de sabiduría o ingenio. En los viejos tiempos, cuando se le ofrecían muchos bebés, Jareth había sido más tolerante, considerando que indudablemente pronto encontraría a uno que pudiera ser entrenado como compañero digno del trono, uno cuya sangre joven serviría para refrescar la de Jareth, cuyo buen ánimo dispersaría los pensamientos de vejez que oprimían al Rey de los Goblins. Cuando las llamadas para que robara a un niño se convirtieron en algo más esporádico, Jareth se había hundido aún más profundamente en el abatimiento. Evitaba los espejos y el reflejo del agua. Podía sentir que la comisura de su boca se había tensado y no necesitaba pruebas de que su frente se surcaba de arrugas cuando no entrecerraba deliberadamente los ojos para tensar su piel.
Tumbado en su trono encortinado, que tenía la forma de un círculo interrumpido, Jareth miraba a la aullante figura de Toby. Con algo de suerte, este podría crecer hasta convertirse en un goblin inteligente. Quizás pudiera hacer alguna broma, o al menos ver las cosas desde el punto de vista de Jareth. Podría ser de alguna ayuda para controlar este reino desvencijado. Como mínimo, podría proponer alguna travesura novedosa. Las ovejas bicéfalas, la leche cuajada, sartenes ruidosas, robar pijamas, volver áridos los frutales, intercambiar mesas, pan mohoso... Jareth lo había visto todo, demasiadas veces. Pero esta cuadrilla estancada, que se pasaba haraganeando todo el día, todavía consideraba estos viejos y anticuados clichés la maldad perfecta. Era penoso.
Jareth bostezó y examinó cansadamente la habitación. Las paredes estaban decoradas con calaveras y murciélagos. Dios mío, pensó. Calaveras y murciélagos aún. ¿Cómo de lerdos podéis llegar a ser? Miró esperanzado al reloj. Las tres y media, indicaban las manecillas con forma de espadas. Otras nueve horas y media de espera, hasta que dieran las trece. Tendría que hacer algo para pasar el tiempo.
Se puso de pie ante el trono, estiró los brazos y se paseó intranquilamente. Otro goblin pasó como un rayo. Jareth extendió el brazo y lo atrapó, cogiéndolo por el cogote. Los ojos del goblin se apartaron asustados de los suyos.
    Me recuerdas al bebé — le dijo Jareth.
    ¿Qué bebé? — preguntó el goblin algo asustado
    El bebé del poder— Dijo Jareth soltando al goblin.
    ¿Qué poder? —Inquirió un segundo goblin.
    El poder del vudú — Le contesto Jareth.
    ¿Quién lo hace? — Preguntó un tercer goblin.
    Tú lo haces- Le dijo Jareth al goblin que acababa de preguntar.
    ¿Hacer qué? —Inquierió un cuarto goblin.
    Me recuerdas al bebé— Le contestó Jareth agarrando por el cuello al primer goblin y lanzándolo por los aires.
Todos los goblins rieron estrepitosamente.
 — ¡Silencio! — Ordenó Jareth — Un bebé goblin — Dijo señalando a Toby y Jareth echó a reír mientras los goblins permanecían en silencio— Bueno, ¿qué? — Animó Jareth a los goblins para que rieran y acto seguido los goblins rieron y el rey de los goblins rió con ellos.
Jareth comenzó a entonar una canción:
I saw my baby, crying hard as babes could cry
What could I do?
My baby's love had gone
And left my baby blue
Nobody knew!

What kind of magic spell 'd'you use?
Slime and snails
Or puppy dog tails?
Thunder or lightning
Then baby said
Dance magic, dance (dance magic, dance)
Dance magic, dance (dance magic, dance)
Put that baby's spell on me
Jump magic, jump (jump magic, jump)
Jump magic, jump (jump magic, jump)
Put that magic jump on me
Slap that baby, make him free!

— Dentro de nueve horas y veintitrés minutos serás mío  — le dijo Jareth a Toby.

************

 Mientras eso ocurría, Sarah vagaba a lo largo de pasillos de ladrillos. Todavía eran altos y adustos, pero al menos no se extendían hasta el infinito en el espacio y tiempo, y a veces encontraba unos pocos escalones, lo cual era un cambio agradable. Siempre que encontraba una bifurcación o giro y hacía una elección, había dado con una forma sensata de asegurarse de no vagar en círculos: con el lápiz de labios que se había metido en el bolsillo en casa, dibujaba una fecha sobre el ladrillo en cada intersección, para mostrar por donde había venido. Y siempre que se guardaba el pintalabios y avanzaba por el nuevo pasillo, una pequeña criatura alzaba el ladrillo marcado, lo ponía del revés y lo volvía a colocar, de forma que la flecha ya no era visible.
Después de haber marcado dieciocho flechas, un trozo del pintalabios se rompió mientras hacía la siguiente. Decidida a mantener la calma, lo giró hasta sacar el otro pedazo, y siguió por el camino escogido, subiendo algunos escalones, hasta una cámara. En el extremo del pasillo a su espalda una patrulla de goblins pasó susurrando, pero los ojos de Sarah estaban fijos en lo que tenía delante y no los vio.
La cámara era un callejón sin salida. Se asomó a cada hueco y detrás de los contrafuertes, pero definitivamente no había salida. Se encogió de hombros y volvió sobre sus pasos hacia la decimonovena flecha. Cuando alcanzó la esquina, buscó su flecha y no pudo verla. «Que raro», pensó. «Estoy segura de que estaba aquí, en esta esquina, en ese ladrillo de ahí» El ladrillo estaba en blanco. Frunció el ceño y miró alrededor. En el suelo divisó el trozo quebrado de pintalabios. Miró otra vez, con decisión, y aún así no pudo ver la flecha. Eso lo demostraba. Aquí había gato encerrado. Arrojó al suelo el resto del lápiz de labios.
—Alguien ha ido cambiando mis marcas — Se dijo Sarah en voz alta —  ¡Que lugar tan horrible es este! ¡No es justo!
—Exacto —dijo una voz a su espalda—. ¡No es justo! — Y varios personajes echaron a reír.
Saltó y se dio la vuelta.
Tras ella, en la cámara que no tenía salida, vio ahora dos puertas talladas en la pared, y a un guardia apostado en cada una de ellas. Al menos, creyó que debían ser guardias, ya que estaban de pie firmes y vestían una armadura con blasón. Pero cuando los estudió ya no estuvo tan segura. Eran bastante cómicos en realidad. Sus enormes escudos, que curiosamente mostraban un patrón de figuras geométricas, rollos de pergamino y otros artefactos, parecían extremadamente pesados, lo cual explicaría la postura de piernas abiertas de cada uno de ellos. Pobres, pensó, tener que estar así de pie todo el rato y permanecer bien erguidos. El de su izquierda tenía unos ojos increíblemente astutos bajo el yelmo, y se dijo a sí misma que le llamaría Alph, por un tío suyo que tenía unos ojos así; pero entonces se fijó en su gemelo no-idéntico de la derecha (al cual no podía verle los ojos porque tenía un yelmo demasiado grande para él) que por consiguiente debía llamarse Ralph (R por right, que en inglés significaba derecha, ya ves)
Habiendo decidido en su mente la cuestión de los nombres, notó lo más curioso de todo, por debajo de cada escudo asomaba otra cara, bocabajo, como en una jota de picas. Los personajes bocabajo, a los que llamó Jim y Tim (el primer par de nombres que rimaban que le vio a la cabeza), parecían estar colgando de sus incómodas posiciones con las manos nudosas y correosas que podía ver aferradas a la parte de abajo de los escudos. Debían añadir aún más carga a los tambaleantes Alph y Ralph.
Había sido Jim Bocabajo quien la había hecho saltar al dirigirse a ella. Añadió:
—Pero eso es sólo a medias.
— Hace un momento esto era un callejón sin salida—preguntó Sarah, retorciendo y agachando la cabeza para conseguir una buena perspectiva de la cara de Jim. Habría sido, tenía la sensación, bastante grosero permanecer bocarriba. Tenías que ajustarte a la gente que conocías, incluso aquí.
—No —Era Tim Bocabajo quien hablaba ahora—.Donde no hay salida es detrás de ti. — Y los cuatro personajes rieron.
Sarah se enderezó de nuevo y se dio la vuelta. Tenía razón. El camino por el que había venido estaba ahora cerrado por una sólida pared.
— ¡Sigue…cambiando! —Exclamó indignada— ¿Qué se supone que debo hacer?
—El único modo de salir de aquí es probando una de las puertas—dijo Jim.
—Una de ellas lleva al castillo en el centro del laberinto —le dijo Tim con voz alegre—, y la otra lleva  a una muerte segura.
Sarah jadeó.
— ¿Cuál es cada una?
Jim sacudió su cabeza bocabajo.
—No podemos decírtelo.
— ¿Por qué no?
—Eh…eh… — balbucearon los cuatro guardianes —¡No lo sabemos! —cacareó Jim triunfante.
—Pero ellos sí. —Tim asintió confidencialmente con la cabeza hacia Alph y Ralph. Eso tiene mérito, estando cabezabajo, pensó Sarah.
—¡Oh! Pues se lo preguntaré a ellos.
Antes de poder decir nada más, Ralph estaba hablando con voz muy lenta y pedante.
— No, no nos lo puedes preguntar a nosotros. Sólo a uno. —Parecía tener dificultad para pronunciar las palabras.
—Es una de las reglas. —La voz de Alph era rápida y burlona, y al mismo tiempo sus ojos se movían ansiosamente. Golpeó ligeramente con un dedo algunas cifras en su escudo, las cuales presumiblemente debían ser las reglas—. Y debo advertirte que uno de los dos siempre dice la verdad pero el otro siempre miente. Es otra de  las reglas también. —Su mirada voló hacia Ralph—. Él siempre miente.
—No es cierto—dijo Ralph, sentenciosamente—.Yo digo la verdad
— ¡Oh! ¡Qué mentira! —replicó Alph.
Jim y Tim reían disimuladamente tras los escudos, bastante insolentemente, pensó Sarah.
    Él es el mentiroso — se defendió Ralph
—Muy bien, —dijo ella dirigiéndose a Raalph—. Responde sí o no. ¿Me diría él que esta puerta—señaló a la puerta que había detrás de Ralph— es la que lleva al castillo?
Alph y Ralph la miraron, y después se miraron el uno al otro. Ralph agachó la cabeza y comenzo a hablar en susurros con Jim, al rato volvió a levantar  la mirada hacia ella.
—Uh... sí.
—Entonces la otra puerta es la que lleva al castillo —concluyó Sarah—. Y esta lleva a una muerte segura.
— ¡Oh! — Exclamaron de admiración  los cuatros al unísono.
— ¿Cómo lo sabes? —preguntó Ralph lentamente. Su voz parecía agraviada—. Él podría haber dicho la verdad.
—Pero entonces tú no la dirías—replicó Sarah—. Si me has dicho que el diría sí, sé que la respuesta es no. —Estaba muy complacida consigo misma.
Ralph y Alph parecían decaídos, considerando que habían sido oscuramente burlados.
—Pero yo podría haber dicho la verdad—objetó Ralph.
—Y él habría mentido—dijo Sarah, permitiéndose una amplia sonrisa de placer—. Así que si me dices que él diría sí, la respuesta sigue  siendo no.
—Espera un momento—dijo Ralph. Frunciendo el ceño le preguntó a Alph— ¿Es cierto eso?
—No lo sé —replicó Alph airadamente—. Nunca lo he comprendido.
Y los cuatro guardianes de las puertas rieron.
—No, es verdad —les dijo Sarah—. Lo he descubierto. Antes no lo habría logrado. —Sonrió—. Creo que me estoy volviendo más lista.
Se dirigió a la puerta que había detrás de Alph.
—Muy astuta, seguro —comentó Jim molesto y le sacó la lengua.
Ella le devolvió el gesto mientras abría la puerta. Sobre el hombro, mientras se iba, dijo:
—Esto es pan comido.
Atravesó el umbral y cayó directamente en un pozo.
Sarah gritó. La parte alta del pozo era un disco de luz que menguaba.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Capítulo 5- Malos recuerdos

Mientras gritaba, cayendo hacia abajo por el pozo, Sarah comprendió que su caída estaba siendo ligeramente impedida por cosas que la rozaban. Grandes y gruesas hojas que no podían ser, o alguna suerte de musgo áspero que brotaba de las paredes del pozo. Fuera lo que fuera, intentó aferrarse a una, para salvarse del terrible golpe que esperaba a cada instante. Estaba cayendo demasiado rápido.
— ¡Socorro! — Gritó Sarah.
Entonces, por pura casualidad, su muñeca aterrizó sonoramente en una de esas cosas, que se cerró al instante y con firmeza alrededor de ella. Con una sacudida que casi la desarticuló, se encontró colgando de un brazo.
—¡Oh! —gimió con alivio, y se sintió a sí misma jadear en busca de aliento.
Miró hacia abajo, para ver lo cerca que había estado de romperse todos y cada uno de los huesos. Todo lo que pudo ver fue un largo túnel, bordeado por cosas que ella misma había roto al caer. Miró hacia arriba. La abertura por la que había entrado en el agujero estaba muy alta.
Cuando sus ojos se ajustaron a la luz sombría, vio que lo que la había cogido era una mano. Por todas partes a su alrededor, brotando de los costados del pozo, había manos que tanteaban en el aire, como algas bajo el agua.
Su alivio dio paso a una sensación asqueada: estaba sujeta por el apretón de una mano sin brazo o cuerpo adherido, y aparentemente esta no tenía intención de soltarla. Quizás fueran manos carnívoras, o fueran como esas arañas que simplemente te disolvían lentamente. Miró nerviosamente arriba y abajo del pozo de nuevo, esta vez buscando algún esqueleto colgando por ahí, como capturado en una trampa de la jungla. No vio ninguno.
Y ahora sentía que otras manos la buscaban y la encontraban, sujetándola de las piernas y el cuerpo. Había manos sobre sus muslos y tobillos, en su cuello. Se estremeció y gritó.
—¡Basta! —Sabiendo lo fútil que era, gritó—. ¡Ayuda! —Se retorció, intentando sacudírselas, y con su mano libre buscó un punto de apoyo, en un desesperado intento de alejarse escalando. Todo lo que puedo encontrar para agarrarse fue otra mano. Dubitativamente la cogió, y esta respondió inmediatamente, apretándole la mano firmemente. Con la idea de quizás escalar de mano en mano hasta un rellano, intentó liberar la muñeca de la primera mano. No fue bien. Ahora estaba más firmemente sujeta que antes, atascada entre una red de manos.
Sintió un golpe ligero en su hombro, y giró la cabeza para ver qué era. Para su desconcierto, vio que las manos de uno de sus costados se colocaban para tomar la forma de una especie de cara, con dedos y pulgares formando círculos a modo de ojos y dos manos trabajando juntas para modelar una boca. Y la boca le habló.
—¿Por qué pides ayuda? Te estamos ayudando —dijo.
Y las manos se separaron dejando de formar la espeluznante cara. A pocos centímetros, otras manos se juntaron para forma otra cara distinta, esta un poco más grande que la anterior.
— Te estamos echando una mano — Dijo con voz cavernosa.
— Me hacéis daño— Dijo Sarah
Ahora había varias caras más formadas por manos a su alrededor.
—¿O preferirías que te soltáramos? —preguntó una de ellas.
Las manos rieron y soltaron a Sarah, la cual cayó unos cuantos metros antes de volver a ser ayudada por las manos.
—Uh... no.
—Bien, pues venga—dijo una de las manos—. ¿Hacia dónde?
— ¿Hacia dónde? —preguntó ella, desconcertada.
—¿Arriba o abajo?
—Oh... —Estaba más que confusa—. Er... —Volvió a mirar hacia arriba, hacia la luz, pero eso sería una especie de retirada. Miró abajo, al desconocido abismo insondable.
—¡Vamos! ¡Vamos! —la urgió una voz impaciente—. No tenemos todo el día.
¿De verdad? pensó Sarah para sí misma.
—Para ella es una decisión importante —dijo una voz compasiva.
— ¿Hacia dónde quieres ir…uhm? —preguntó una insistente.
Todo el mundo en el Laberinto era tan imperativo. Tengo una buena razón para tener prisa, sintió Sarah. Solo tengo trece horas para encontrar a mi hermanito, y sólo Dios sabe cuánto de ese tiempo ha pasado ya. ¿Pero, por qué toda esta gente... si puede llamárseles gente... es tan mandona?
— ¡Sí! ¿Hacia dónde?
—Pués, er... —Sarah todavía dudada. Arriba era una cobardía, y abajo era aterrador.
Muchas caras observaban su indecisión. Varias de ellas reían disimuladamente, cubriéndose las bocas con otra mano.
Tomó un profundo aliento.
— Como vengo de arriba supongo que hacia abajo.
—Ha elegido abajo —oyó a los burlones tras sus manos
— ¿Ha elegido abajo? — Preguntó otra de las caras con malicia.
— ¿He hecho mal? —inquirió Sarah tímidamente.
—Ya es demasiado tarde —dijo una de las caras de manos, y con esto empezaron a pasársela pozo abajo, no rudamente.
Y abajo fue, muy abajo, hasta que se encontró momentáneamente sostenida sobre una boca de alcantarilla, mientras las manos  la cubrían. Entonces las manos más bajas la soltaron, dejándola caer pulcramente por el hueco de la alcantarilla, y lo último que vio fue a las manos ondeando un adiós servicialmente.
Cuando aterrizó sobre el suelo de piedra de una oscura y pequeña celda, la tapa fue vuelta a colocar en la alcantarilla, con un golpe apagado.
En una oscuridad absoluta, Sarah se sentó. Su cara estaba en blanco.

* * * * * * * *

La imagen de su cara silenciosa brillaba claramente en un cristal en la cámara del Rey Goblin.
—Está en el olvidadero —observó Jareth.
Los goblins cacarearon malvadamente, danzando y haciendo cabriolas alrededor. Sus mandíbulas se abrían de par en par con algarabía, y se palmeaban los muslos.
— ¡Callaos!—les dijo Jareth.
Se quedaron congelados. Sus cabezas se retorcieron para mirar a su Rey.
—No debería de haber llegado hasta el olvidadero. —Jareth todavía estaba mirando a la imagen de la cara de Sarah en el cristal. Sacudió la cabeza—.Ya se tendría que haber rendido.
—Nunca se rendirá —dijo un goblin agudo.
—¿ Ah No? —rió Jareth tristemente—. ¿No? El enano la va a  llevar otra vez al principio, pronto se dará por vencida cuando vea que tiene que empezar todo de nuevo… ¡Venga reíd! — Mientras los goblins reían Jareth parecía algo preocupado
Le complacía pensar en su Laberinto como en el tablero de escaleras y serpientes; si te acercabas demasiado a la casilla ganadora, podías encontrarte una serpiente que te llevara de vuelta a la salida. Nadie lo había logrado, y muy pocos habían llegado tan lejos como esta perturbadora chica, que era demasiado mayor para convertirse en un goblin. Jareth examinó su cara en el cristal. Demasiado mayor para ser un goblin, pero demasiado joven para quedarse con él, malditos fueran sus ojos inocentes. Tenía que ser enviada de vuelta al principio inmediatamente, antes de que se convirtiera en una seria amenaza para Toby, y sabía qué serpiente podía llevar a cabo el trabajo.
—¡Hoggle! —llamó, haciendo girar el cristal.
La cara de Hoggle apareció en él.
—Está en el olvidadero —dijo Jareth—. Llévala de vuelta a la muralla exterior.
Hoggle ladeó la cabeza, haciendo una mueca.
—Está bastante decidida, Su Majestad. No será fácil...
—Hazlo —Jareth lanzó el cristal al aire, donde se desvaneció como si fuera una pompa de jabón.
Rió ahogadamente, imaginando la cara de Sarah cuando se encontrara junto al estanque de Hoggle otra vez. Entonces echó atrás la cabeza y rugió de risa.
Los goblins le observaron inseguros. ¿Era correcto reír ahora?
—Bueno, adelante —les dijo Jareth.
Con el regocijo simple que es natural en la gente malvada de corazón, los goblins se lanzaron a su rutina de cacareos y risitas burlonas. El goblin astuto los dirigía, como un conductor, liderándolos en un crescendo de maligno regocijo.

* * * * * *

Sarah estaba sentada en el suelo de la celda negra deseando haber pedido a las manos  que la subieran por el pozo, hacia la luz. ¿Qué podía esperar de este lugar?
Cuatro de sus sentidos se agudizaron en la oscuridad; y detectó un pequeño sonido de arañazos.
— ¿Quién anda ahí?—Su cuerpo estaba tenso por la alarma.
—Yo… —replicó una voz brusca.
Hubo arañazos, seguidos de un resplandor de luz como el de una cerilla prendida, que se convirtió en una antorcha en llamas. Hoggle estaba sentado allí, en un banco basto, sujetando una antorcha en alto para que él y Sarah pudieran verse el uno al otro.
—Oh —dijo ella—. Eres tú. —Estaba tan aliviada que podría haberle abrazado.
—Si, bueno —dijo Hoggle bruscamente, como si se sintiera ligeramente avergonzado por la situación—. Desde que te ví sabía que ibas a meterte en algún lío, así que, he venido a echarte una mano.
Sarah se colocó junto a él, a la luz de la antorcha.
«Una mano amiga», pensó Sarah, y se estremeció. Ya había tenido bastantes de ellas.
Sarah miró a su alrededor. En el círculo de luz derramado por la antorcha vio las paredes de piedra, el suelo de piedra, el techo de piedra. Un banco basto de madera era el único lujo.
—Oh, estás mirando a tu alrededor, ¿verdad? —El desdén de Hoggle se había convertido en sarcasmo—. Supongo que te habrás dado cuenta de que no hay puertas... sólo el agujero.
Sarah espió tan duramente como pudo en el interior de las sombras, y comprendió que él tenía razón.
—Esto es —estaba diciendo Hoggle—, un olvidadero. El Laberinto está lleno de ellos.
Se sintió ofendida por su tono de sabelotodo, por el tono burlón de su voz.
—¿En serio? —replicó, imitando su sarcasmo—. No me digas.
—No te hagas  la lista —le dijo él—. Ni si quiera sabes lo que es un olvidadero.
—¿Y tú?
—Sí —dijo Hoggle, con un dejo de orgullo—. Es una mazmorra donde se mete  a la gente para olvidarse de ella.
Cuando lo que Hoggle había dicho empezó a calar, Sarah miró a las oscilantes paredes de piedra y se estremeció. Olvidarse de ellos... ¿Era eso lo que Jareth estaba haciendo con ella? ¿Simplemente olvidarla? Empezó a sentirse indignada. No era justo. La había desafiado a completar su búsqueda. Todas las probabilidades estaban en su contra, pero había sido lo suficientemente valiente como para empezarla... él no podía ahora, simplemente dejar que se pudriera aquí. ¿Podía?
Hoggle había cogido la antorcha y se había bamboleado hasta una esquina del olvidadero. La llamó por señas para que le siguiera. Lo hizo, lanzando una gran sombra por las paredes. Tendido en la esquina había un esqueleto, recostado sobre la espalda, con las rodillas encogidas y la cabeza apoyada contra la pared.
—Lo que tienes que hacer es salir de aquí—Hoggle estaba mirándola de reojo—. Y da la casualidad de que conozco un atajo para salir del laberinto desde aquí.
Ella le miró. ¿Quién era pequeño?
—No, no me voy a rendir ahora. —dijo ella al momento—.Ya he llegado demasiado lejos. No, lo estoy haciendo muy bien.
Él asintió con la cabeza, y con voz calmada la tranquilizó.
—Claro que sí —sacudió la cabeza y dejó escapar un ruido sordo entre los dientes—.Pero a partir de aquí, es mucho peor.
Había algo en su tono cargado de secretismo que hizo sospechar a Sarah.
—¿Por qué te preocupas tanto de mí? —le preguntó.
—¿Qué…? Pues…—Hoggle pareció agraviado—. Lo hago, eso es todo. Una preciosa  jovencita... en un terrible olvidadero negro...
—¿Te gustan las joyas, verdad? —le interrumpió Sarah
Él frunció la cara.
—¿Por qué? —preguntó él lentamente y se echó mano a un pequeño saco a rebosar de joyas que llevaba colgando del cinto.
—Si me ayudas a atravesar el Laberinto... —Tomó aliento—... te daré... —Se quitó la pulsera. Era solo una baratija de plástico, no una de las especiales que le había regalado su madre, y que llevaba solo cuando salía— ...esto —concluyó, ofreciéndoselo.
—Hm —Hoggle se lamió los labios y ojeó la pulsera, evaluándolo.
—Te gusta, ¿no es así? —Podía ver que sí. También vio que estaba echando el ojo al anillo de su dedo. Este no tenía ningún valor intrínseco tampoco, sin embargo Sarah le tenía cariño porque su madre lo había llevado al hacer de Hermione en La Historia de Invierno.
Hoggle gruñó y se dió la vuelta, dándole la espalda a Sarah.
—Oh… muy bien — Dijo Sarah
—Haremos un trato —dijo el enano—Si me das la pulsera te enseñaré el camino para salir del Laberinto.
—Si lo  ibas a hacer de todas formas. —señaló ella.
—Sí, bueno —replicó él—. Por eso sería en un detalle particularmente bonito por tu parte. —Extendió la mano.
—¡ No! —Sarah retiró bruscamente la pulsera—. Haremos otro trato, si no me vas a llevar hasta el centro llévame tan lejos como puedas y luego seguiré yo sola.
Hoggle resopló.
Ella le devolvió la mirada francamente. Fuera cual fuera su juego, lo estaba jugando muy mal. Tuvo que morderse el labio para evitar reírse como una tonta de él.
—Por cierto, ¿de que está hecha? — Preguntó Hoggle con mucho interés
—De plástico. — Dijo ella sin darle mucha importancia
Los ojos de él brillaron. Entonces alzó su brazo rechoncho para que Sarah le pusiera el brazalete en la muñeca. Lo miró allí colocado y no pudo ocultar su orgullo.
— ¡Oh! — Dijo Hoggle asombrado—No te prometo nada —dijo—. Pero... —gruñó resignado— ...te llevaré lo más lejos que pueda. Luego allá tú, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —estuvo de acuerdo Sarah.
Él asintió con la cabeza. Sus ojos todavía brillaban cuando miraba el brazalete en su muñeca.
—Caray…¡Plástico! —murmuró, excitado.
Hoggle entró en acción. Agarró el pesado banco de madera y, con una fuerza que Sarah no hubiera sospechado en su pequeño cuerpo regordete, le puso en vertical de forma que el asiento quedó pegado a la pared. Sarah se sorprendió al ver dos picaportes de puerta en la parte de abajo del asiento, uno a la derecha y otro a la izquierda, y se quedó desconcertada cuando Hoggle giró uno de los pomos y el asiento se convirtió en una puerta incrustada en la pared de piedra. Esto no es justo, pensó.
Con una sonrisa traviesa... porque estaba disfrutando, pavoneándose ante la jovencita... Hoggle abrió y atravesó el umbral.
Sarah estaba a punto de seguirle cuando oyó un crujido y un parloteo. Escobas y cubos cayeron por la puerta hasta el olvidadero. Sarah sonrió, reconociendo la vieja broma del armario de las escobas.
—¡Maldita sea! El armario de la limpieza —oyó decir a Hoggle, dentro del armario. Este salió, y evitando su mirada empujó las escobas y cubos de vuelta al interior y cerró la puerta.
Todavía tímido, aferró el otro pomo.
—Bueno, no se puede acertar siempre, ¿no? —masculló. Esta vez, abrió la puerta bastante menos atrevidamente. Se asomó a través de ella—. Ahora, eso es —le dijo—. Adelante.
Le siguió a un pasillo tenuemente iluminado con paredes de roca grotescamente talladas.
Estaban abriéndose paso a lo largo del pasillo cuando una voz resonó:
— ¡NO SIGÁIS!
Sarah saltó violentamente, y miró alrededor. No vio a nadie, excepto a Hoggle. Y entonces comprendió: tallada en la pared de piedra había una boca. Al retroceder para alejarse de ella vio que la boca era parte de una enorme cara. Había caras similares alineadas a ambos lados del pasillo. Cuando ella y Hoggle pasaban, cada una entonaba un profundamente resonante mensaje.
— ¡Volved atrás ahora que aun podéis!
— ¡Este no es el camino!
— ¡Haced caso y no sigáis adelante!
— ¡Cuidado! ¡Cuidado!
    ¡Pronto será demasiado tarde!
 El pasadizo giraba y se retorcía, pero todo el tiempo Sarah tuvo la impresión de que se movían hacia adelante, si tal dirección existía en el Laberinto, y se sintió animada.
Sarah se puso las manos sobre los oídos. Las advertencias parecían estar resonando dentro de su cabeza.
Hoggle, apresurándose a avanzar, miró alrededor para ver dónde se había metido ella, y la vio ahí de pie.
—Bah —ondeó la mano—. No les hagas ningún caso. Sólo son Falsas Alarmas. Encontrarás muchas en el Laberinto. Sobre todo cuando vas por buen camino.
—No vais por buen camino —rugió una cara.
—Cállate —le espetó Hoggle en respuesta.
—Lo siento, lo siento —dijo la cara—. Solo hago mi trabajo.
—A nosotros  no hace falta que nos lo hagas—respondió Hoggle, y abrió el camino pasillo abajo.
La cara les observó marchar.
—Cuidaos de… —Dijo otra cara   antes de ser cortada por Hoggle.
— Basta ya pelmazos…
—Oh, por favor —suplicó la cara—.Hace tanto tiempo que no lo digo. — Dijo la cara con voz suplicante.
—De acuerdo—le dijo Hoggle—. Pero no esperes que te hagamos  caso.
La cara se animó considerablemente.
—¡No, no, claro que no! —Se aclaró la garganta—. ¡Pero el camino que tomareis os llevará a una destrucción segura! —Pausa—. Muchas  gracias —añadió cortésmente.
Mientras la cara canturreaba, una pequeña bola de cristal había estado rodando y resbalando pasillo abajo detrás de Sarah y Hoggle. Les alcanzó cuando doblaban una esquina, y la vieron botar por delante de ellos. Un mendigo ciego estaba acuclillado con la espalda contra la pared, con un sombrero de ala ancha en el suelo a sus pies. La bola de cristal brincó, metiéndose pulcramente dentro del sombrero.
Sarah oyó gemir a Hoggle. Le miró. Su boca estaba abierta, y sus ojos miraban fijamente al sombrero en el suelo.
El mendigo giró la cara hacia ellos.
—¿Quién anda por ahí? —preguntó.
—Uh, nada —balbuceó Hoggle.
—¿Nada? ¡¿Nada?! Nada-da-da-dá —El mendigo se alzó.
Hoggle se quedó congelado. Sara jadeó. Era Jareth.
—Oh majestad... —Hoggle se inclinó tan obsequiosamente que corrió el riesgo que ejecutar una voltereta completa—. Que... —tragó, y sonrió sin ganas— agradable sorpresa.
—Hola, Caggle —dijo el Rey de los Goblins.
—Gaggle —le corrigió Sarah.
—Hoggle —dijo Hoggle, rechinando los dientes.
—Hoggle —dijo Jareth, con un tono de amable conversación—, ¿es posible que estés ayudando a esta chica?
—¿Ayudarla? —prevaricó Hoggle—. ¿En qué sentido? Uh...
—En el sentido de que la estás llevando hasta el castillo —dijo Jareth.
—Oh —replicó Hoggle—.No, no, la estaba llevando de vuelta al principio su majestad.
— ¡¿Qué?! —exclamó Sarah.
Hoggle forzó a sus labios a formar una sonrisa aduladora para Jareth.
—Le dije que iba a ayudarla a cruzar el Laberinto... un pequeño truco por mi parte... —Se rió a carcajadas y tragó saliva—. Pero en realidad...
— ¿Qué es eso de plástico que llevas en la muñeca? —le interrumpió Jareth, con cara asqueada.
Hoggle se llevo las manos a la espalda para evitar que Jareth viera la pulsera pero calló en la cuenta que ya era tarde para ello.
—Ah… esto…pues vaya…por Dios —Dijo Hoggle con nerviosismo— ¿ de dónde habrá salido esto?
—Huggle —habló Jareth pacientemente
—Hoggle —le corrigió el enano.
— Si por un segundo pensara que me estas traicionando, me vería obligado a colgarte  cabeza abajo en el  Pantano del Hedor Eterno.
—Oh, no, majestad —las rodillas de Hoggle temblaban—En el Hedor Eterno no.
—Oh, sí—Jareth se giró y sonrió a Sarah—. Y a ti, Sarah... ¿te esta gustando mi Laberinto?
Sarah tragó saliva. Junto a ella, oía los pies de Hoggle que se arrastraban. Decidida a no permitir que Jareth la intimidara, fingió una indiferencia que estaba lejos de sentir.
—Es... —dudó—. Es pan comido.
Jareth alzó una ceja elegantemente.
Los ojos de Hoggle se cerraron con desmayo.
    ¿De verdad? —Jareth parecía intrigado—¿ Qué tal si complicamos el juego?
Levantó la mirada, y en el espacio de aire que había ante sus ojos apareció el reloj de las trece horas. Gesticuló grácilmente, y las manecillas empezaron a girar visiblemente más rápido.
— ¡No es justo! — exclamó Sarah indignada.
— Dices eso demasiado a menudo. No sé de dónde has sacado tu idea de la justicia.
—Así que el Laberinto es pan comido, ¿no? —rió Jareth—. Bueno, veamos  cómo te las arreglas con esta rebanada. —Mientras su risa burlona todavía resonaba, se desvaneció.
Jareth sacó la bola de cristal de su sombrero y la volvió a lanzar túnel abajo. Al instante, desde la oscuridad, llegó un sonido; un choque, zumbido, y ruido de rodada, distante aún, pero acercándose más y más, y haciéndose más fuerte.
La cara de Hoggle era una máscara de pánico. Sarah se encontró a sí misma alejándose instintivamente del estrépito que se aproximaba.
Sarah y Hoggle miraban fijamente al pasadizo. Cuando vieron lo que se aproximaba a ellos, sus mandíbulas cayeron y temblaron.
Una pared sólida de cuchillos que giraban y apuñalaban furiosamente se dirigía inexorablemente hacia ellos. Docenas de afiladas hojas brillaban a la luz, cada una apuntando hacia adelante y zumbando malignamente. La pared de hojas llenaba completamente el túnel, como un tren subterráneo, y los haría pedazos en un abrir y cerrar de ojos.
Y, Sarah notó con horror, al final de la máquina había una fila de cepillos, para limpiarlo todo a su paso.
— ¡Oh no, los de la limpieza! —gritó Hoggle, y salió corriendo.
— ¿Qué? —Sarah estaba tan aterrada que se quedó hipnotizada en el lugar donde estaba de pie.
—¡Corre! —El grito de Hoggle resonó en la distancia y le hizo recuperar el sentido. Se lanzó a toda prisa tras él.
La máquina asesina se acercaba rechinando y rodando estrepitosamente tras ellos. En ese momento, Hoggle calló al suelo y Sarah tuvo que frenar en seco para ayudar a incorporarse al enano.
— ¿Estás bien? — Preguntó Sarah jadeante al enano, pero este no tuvo tiempo de contestar ya que la máquina se aproximaba a ellos a buen ritmo.
Lo que faltaba ahora era que llegaran a un callejón sin salida. Al girar una esquina, encontraron uno. Una puerta pesadamente atrancada cerraba el túnel que tenían delante.