sábado, 4 de septiembre de 2010

Capítulo 6- Hoggle el cobarde

Sarah jadeó. Las silbantes cuchillas se acercaban con rapidez.
Hoggle tocaba patéticamente a la gran puerta y gritaba:
— ¡La limpiadora! ¡El pantano del hedor! , seguro que has llamado su atención — le gritaba el enano a Sarah.
Pero Sarah no lo estaba escuchando. Ella miraba alrededor buscando una salida… arriba, abajo. Se apresuró a recorrer las paredes, buscando un picaporte o un botón. Tenía que haber alguna manera de salir. Era así como funcionaba el Laberinto. Siempre había algún truco, si tan sólo pudiese encontrarlo.
El zumbido, el borboteo y el sonido del roce metálico eran más altos. Echó un momentáneo vistazo a lo que estaba haciendo Hoggle. Aún rebuscaba en la puerta. Confiar en él no tenía sentido. ¿Qué podía hacer ella? ¿Qué?
Su mirada cayó en una parte del muro, a un lado de la puerta, que parecía distinto al resto, un panel de placas metálicas. Empujó y este cedió un poco.
— ¡Hoggle! —gritó sobre el resonante estrépito.
— ¡Sarah! —Contestó él, golpeando su gordiflón puño contra la puerta y dándole una patada, como si esperase que se ablandase al enfrentarse a tal frustración—. ¡No me dejes!
— ¡Empuja! —le gritó ella.
Hoggle se unió a ella. Juntos empujaron con todo su peso las placas de metal.
El panel se derrumbó de repente. Cayeron a través del espacio que dejó y terminaron despatarrados en el suelo.
Tras ellos, la máquina cortó el aire justo al lado de sus pies. Cuando llegó a la puerta atrancada, sonó un terrible crujido cuando los cuchillos cortaron la madera, haciendo saltar astillas, las cuáles fueron barridas por los cepillos giratorios. La máquina era dirigida por cuatro goblins de pie en una plataforma detrás de la pared de cuchillos. Gruñían y sudaban por el esfuerzo de girar las manivelas y accionar las palancas para mantener el armatoste zumbando. El estruendo avanzó resonando, a través de la puerta demolida, y se perdió en la distancia.
Sarah se e incorporó y ayudó al enano a ponerse en pie.
— ¿Estás bien?
Hoggle estaba ocupado otra vez. Sus ojos se movían a derecha e izquierda bajo sus tupidas cejas, caminó por la oscuridad hasta que encontró lo que buscaba.
—Ah…esto es lo que necesitamos —gritó—.Una escalera, sígueme.
Ella se sentó y lo miró. Allí, en el suelo del túnel al que habían entrado, vio la base de una escalera. Se adentraba hacia arriba en la oscuridad.
Sarah fue hasta él. La escalera no le parecía muy segura. Estaba hecha de alguna extraña mezcla de trozos de madera, tablas y ramas, remendados en los extremos por algunas cuerdas y clavos clavados a medias.
Ella se quedó inmóvil, aferrando con una mano la escalera.
— ¿Cómo puedo fiarme—preguntó—, ahora que sé que me estabas llevando de vuelta al principio del Laberinto?
    Bah, no es cierto —protestó Hoggle, y la miró fieramente con esos ojitos suyos. Eran tan mal mentiroso que hasta resultaba conmovedor—. Le dije que te estaba llevando de vuelta al principio para que no sospechara.
    —Hoggle —Sarah le sonrió con reproche—. ¿Cómo puedo creer lo que me dices?
—Bueno—replicó él, arrugando el entrecejo—. Veámoslo de otro modo. ¿Qué otra elección tienes?
Sarah lo pensó.
Tienes razón. —Dijo Sarah apesadumbrada.
—Bueno, cuando hayas terminado de temblar, quizás podamos continuar.
    Verás, has de entender mi postura — prosiguió Hoggle — Yo soy un cobarde y Jareth me asuta.
— ¿Qué clase de postura es esa? —Refunfuñó Sarah.
    No es ninguna, a eso me refiero y tu no serías tan valiente si hubieras olido el Pantano del Hedor Eterno, es… es como…
Pero Hoggle no tuvo tiempo de continuar la frase ya que el escalón en el que en ese momento había colocado su pequeño pie cédio ante su peso probablemente debido a que la madera se encontraba en mal estado. Afortunadamente, el enano tuvo tiempo de aferrarse a otro escalón y evitar así la caída.
    ¿Es eso todo lo malo… que huele? — Continuó Sarah sin darle mayor importancia al tropiezo de Hoggle.
    Oh… créeme, es más que suficiente — Siguió diciendo el enano a duras penas— Pero lo peor es que si pones aunque sólo sea un pie en el Pantano del Hedor apestarás durante el resto de tu vida, nunca se te irá el olor.
Hoggle estaba ya en el último peldaño. Alzó la mano, manipuló el pestillo deslizante, y empujó hasta abrir la escotilla de madera.
Fuera el cielo era azul claro. Sarah nunca había visto nada tan hermoso.

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