miércoles, 1 de septiembre de 2010

Capítulo 9- Otra puerta se abre

Sara pasó junto al árbol. Ludo, haciendo una mueca por su cuerpo mordido, la siguió.
Tras el árbol, habían aparecido dos puertas, colocadas en una pared de piedra que parecía estar cercando un paisaje boscoso. En cada puerta había un llamador de hierro.
— ¡Eh! ¿De donde han salido?—comentó, contenta de tener de nuevo un compañero. Era más divertido que hablar consigo misma.
Se aproximaron a las puertas y examinaron más atentamente los aldabones. Cada uno de ellos tenía la forma de una cara repulsiva, con un anillo en ella. El llamador que quedaba a su izquierda tenía el anillo saliendo de las orejas. El de su derecha lo sostenía con la boca.
Miró de uno a otro. ¿Cuál escoger? Siempre encontraba difícil hacer elecciones; si había dos tipos de pastel en una fiesta de cumpleaños, se las ingeniaba para conseguir un trozo de cada uno, en un intervalo decente, naturalmente, y esperando que nadie lo notara. Ahora miró alrededor del claro de hierba, para ver si había otra forma de traspasar la pared. No la había, así que examinó los llamadores.
    ¿Qué opinas Luda, —preguntó—.cuál debemos escoger de entre estos dos horribles aldabones?
—Es de muy mala educación mirar fijamente —dijo el primer llamador, el que tenía la anilla en las orejas.
Sarah saltó, todavía no se acostumbraba al hábito de hablar que tenía los objetos normalmente inanimados en el Laberinto.
—Oh, lo siento —dijo, aunque difícilmente podía culpársela por asumir que el llamador de una puerta no podía hablar, y menos opinar sobre el comportamiento que se consideraba socialmente aceptable—. Sólo me estaba preguntando que puerta escogía...
—¿Qué? —preguntó el primer llamador.
Sarah estaba a punto de contestar que de donde ella venía preguntar "¿Qué?" era tan grosero como quedarse mirando fijamente. Pero antes de poder abrir la boca, oyó un sonido barboteante tras ella.
Era el segundo llamador, el de la anilla en la boca. Decía algo como "Mmm pme oim namm".
—No  hables con la boca llena —dijo presuntuosamente el primer llamador.
—Me qmqm em pm am sumtm...
Sara se dirigió al segundo llamador.
—Un momento. —Entonces comprendió cual era el problema— No entiendo nada.
— ¿Qué dices? — Dijo el aldabón con la anilla en las orejas. Sarah imaginó que estaba sordo al tener aquella anilla tapándoles las orejas.
Sarah tomó la anilla que colgaba de la boca del segundo llamador y tiró. Esta se soltó fácilmente. La cara pareció tremendamente aliviada. Ejercitó los músculos de la mandíbula y la barbilla con evidente placer.
—Oh, se está tan bien sin esa cosa—suspiró.
—¿Qué es lo que decías? —preguntó Sarah.
El primer llamador, tras ella, dijo:
—¿Uh?
El segundo llamador hizo un ademán con la cabeza hacia el primero.
— Decía que es inútil que hables con él, está sordo como una tapia.
El primer llamador dijo:
—Bla, bla, bla. Eres un conversador maravilloso.
—¡ Dí lo que quieras, sólo sabes quejarte! —Chilló en respuesta el segundo llamador.
—Es inútil, —dijo el primer llamador, con tono práctico— no te oigo.
Sarah miró al segundo llamador.
— ¿A dónde llevan estas puertas? —preguntó.
— ¿Qué? —preguntó el primero.
—Ni idea. —le respondió el segundo—. Sólo somos los aldabones.
—Oh —dijo Sarah, reflexionando que habría debido tener más sentido común que el de esperar una respuesta simple.
Bueno, tenía que intentar una puerta u otra. Escogió la segunda. Habiendo entablado conversación con ella, aunque fuera ligeramente, sentía que sería en cierto modo descortés darle la espalda y escoger a su vecina. Por otro lado, tal vez los llamadores prefirieran que las puertas no se abrieran. No debería dar por sentado que a los llamadores les gustara que la gente hiciera uso de ellos. O tal vez sí. Si sopesaba las implicaciones de cada alternativa, nunca escogería ninguna. Una puerta u otra.
Se había comprometido ya con la segunda puerta, tenía las manos contra ella, así que decidió seguir adelante y empujó. No se movió. Empujó más fuerte. Apoyó el hombro contra la puerta. Era tan sólida como la pared en la que estaba incrustada. Pensó en pedir a  Ludo que la ayudara. Su gigantesca masa seguramente la abriría.
Pero no estaba segura de si era la puerta correcta, y en lugar de eso, formuló otra pregunta.
— ¿Qué he de hacer para pasar?
— ¿Uh? —preguntó el primer aldabón.
El segundo, con una sonrisa traviesa, replicó:
—Llama y la puerta se abrirá.
—Ah. —Miró a Ludo, el cual sostenía la anilla en su boca imitando al segundo aldabón. Sarah le quito a Luda la anilla y fue a encajarla otra vez en su lugar, en la boca del segundo aldabón.
Él hizo una mueca.
—Uh… Uh, no, no quiero tener esa cosa en mi boca otra vez. —Y cerró la boca apretando firmemente los labios, y negándose a abrirlos incluso cuando Sarah le apretó la anilla contra ellos.
—Oh, vamos —dijo Sarah persuasivamente—. Quiero llamar.
Él sacudió la cabeza tercamente.
—Hmmm —comentó el primer llamador, arisco como siempre—. No quiere tener la anilla en la boca otra vez, ¿eh? No me extraña.
A Sarah se le ocurrió una idea, si impedía que el aldabón respirase por la nariz se vería obligado a abrir la boca para respirar o por lo menos eso es lo que ocurriría con un humano. En un momento, Sarah le había vuelto a meter la anilla en la boca, y llamaba a la puerta.
Él estaba protestando.
—Kgrmpf. Mble. Mble. Mble. Grmfff.
—Lo siento —dijo Sarah
—Da igual —le dijo el segundo aldabón a duras penas—. Ya estoy acostumbrado.
Esta puerta se abrió para revelar un bosque imponente. En este lado del muro estaban bajo la luz del sol, pero al otro lado del umbral había un ambiente deprimente y amenazador.
Ludo estaba gruñendo e intentaba retroceder, pero Sarah no iba a entrar sin él esta vez.
—Vamos Ludo —le apremió Sarah.
Atravesó el umbral y esperó a que Ludo se uniera a ella. Él la siguió a regañadientes. La puerta se cerró de golpe por sí misma, con un ruido sordo. El eco duró largo rato.
Sarah se estremeció. El cielo era del color del hierro fundido, y las plantas del bosque parecían marchitas, como si el sol no las hubiera iluminado desde su primer día en la tierra. Se sentía terriblemente desanimada después de un minuto en este lugar, y buscó a Ludo para que la alentara. La expresión de éste era tan infeliz como la suya propia.
Ludo sacudió la cabeza.
    Sarah…— Dijo Ludo con una nota de miedo en la voz.
     
* * * * * * * *
En ese mismo instante, en el Castillo de Jareth, que se encontraba más allá de la Ciudad de los Goblins, el rey goblin se encontraba sentado en su trono. El extraño reloj de trece horas marcaba ahora exactamente las nueve menos doce minutos, lo que quería decir que a Sarah le quedaban poco más de cuatro horas para encontrar a Toby. En la amplia estancia del trono varios goblins jugaban con un primitivo kendama mientras otros observaban muy atentos. Toby se encontraba en los brazos de Jareth.
— Buen provecho— dijo Jareth a Toby cuando este regoldó. — Es un chiquillo muy vital, le llamaré Jarreth en mi honor. Tiene mis mismo ojos— y el rey de los goblins sonrió al bebé complacido.

* * * * * * * *


— Ludo miedo — dijo el enorme monstruo pelirrojo.
Sarah se encogió de hombros con el corazón pesaroso, y se volvió a dar la vuelta, preguntándose qué camino tomar. El sendero que se extendía ante ella se introducía en el bosque, pero ¿cómo podía nadie dar por hecho que un sendero conducía a donde tú querías ir?
— ¿Ludo? —Miró a su alrededor. No estaba. Distraídamente, inspeccionó los huesos del suelo para ver si había algún pelaje color jengibre entre ellos—. ¡Ludo! —Se apresuró a recorrer la zona en la que habían estado los dos, buscando con pánico alguna señal de él. No vio nada. Arriba, el cielo de había puesto aún más oscuro y miserable—. ¡Ludo! —gritó, sintiéndose más sola que nunca en este desolado paisaje óseo—. ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando?
El bosque se volvía más oscuro cuando más se adentraba en él. Llegó tropezando hasta un claro sobre el que los árboles eran tan espesos y estaban tan juntos que no podía ver sus pies en la oscuridad. Aún así siguió corriendo, hasta que una figura aterradora, brillante y salvaje saltó delante de ella.
—¡Eyyyy! —chilló—. ¿Qué pasa?
La boca de Sarah formó un círculo y sus ojos se abrieron de par en par. Gritó.

1 comentarios:

Sariusk dijo...

¡Por favor sigue escribiendo!
Me encanta cómo te expresas y lo que me gusta todavía más es que utilices tu maravillosa habilidad para "novelar" esta película que siempre ha formado una parte fundamental de mi vida. ¡Con decirte que yo también me llamo Sara y que no se si la lectura, los laberintos y "los malos malísimos" me gustaban desde antes o empezaron a gustarme cuando, a los 5-6 años, vi por primera vez esta película!
Espero haberte animado a que sigas con esto.
Mil besos de Sara sin h jajajaja

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