jueves, 2 de septiembre de 2010

Capítulo 8- Una voz muy fuerte

Una vez hubieron dejado al Hombre Sabio, Sarah y Hoggle descubrieron que caminando hacia adelante podían avanzar. Fue un cambio agradable. Sin embargo, no tan agradable, porque el laberinto de setos giraba a derecha e izquierda y volvía hacia atrás de nuevo con tanta frecuencia que era imposible hacer ningún progreso en el avance hacia el castillo. Frecuentemente este podía verse, sus cúpulas y torretas surgiendo amenazadoramente en la distancia sobre los setos, pero no importaba lo lejos y rápido que caminaran, seguía en la distancia.
Pasadizo, giro, pasadizo, callejón sin salida, pilar de piedra, pasadizo, arbusto ornamental, giro, adelante, dirigiéndose a ninguna parte. Sarah se preguntó si no sería un sistema cerrado, si no existía más que una entrada, esa urna. Era la clase de acertijo que Jareth tramaría, hacerla malgastar el tiempo que le quedaba. Pero si era así... Se estremeció. ¿Tendría el valor necesario para volver a entrar en la urna, y bajar esa escalera, y avanzar por ese horrible pasillo subterráneo?
Abajo, abajo, abajo, abajo...
Recordó las manos, y el olvidadero, y esa terrible máquina de las cuchillas, y a Jareth con su disfraz de mendigo. Rememoró la frase que su madre le había leído una vez en voz alta de un libro, como le gustaba hacer cuando algo captaba su atención: Cuidado con lo que dices a un mendigo, podría ser Dios disfrazado. Cuando viera de nuevo a su madre le diría: O podría ser simplemente el Rey de los Goblins.
Se encogió de hombros.
¿Cómo podía esperar algún respeto de Jareth? Era peligroso y poderoso, obviamente, pero también era demasiado consciente de ello... un fanfarrón, en realidad... un presumido, un tramposo. Tenía un cierto estilo, podía concedérselo. No le faltaba atractivo. ¿Pero cómo podías respetar, y menos aún admirar, a alguien como él? La mejor palabra que se le ocurría para describirle era la de bellaco.
Pasadizo, giro, pasadizo... andaban con paso pesado. Rodeados de setos como estaban, no podían ver que no estaban completamente solos en el laberinto. La cabeza y la cola de una serpiente marina se arrastraba por la parte alta de un seto bastante cerca de ellos, aunque si realmente se hubieran encontrado con la bestia podrían haber divisado a tres pares de goblins que corrían a pie bajo ella, y hubieran oído los gruñidos de los goblins que sujetaban las partes de la serpiente. Varias veces se perdieron por poco el encontrarse con un goblin con lanza y bandera y su montura, que habían sido enviados por Jareth a buscarlos y pasar una hora galopando al azar.
Hoggle estuvo callado un buen rato. Y entonces preguntó:
—¿Por qué has dicho eso, eso de que yo era tu amigo?
—Porque lo eres —le dijo ella cándidamente—. Puede que no seas un gran amigo, pero eres el único amigo que tengo en este lugar.
Sarah creyó haber oído algo, un ruido como de…pasos.
— ¿Oyes algo? — Le preguntó a Hoggle al girar en una esquina. — No, no es nada— Se respondió ella antes de permitir al enano que dijera algo. ¿Se estaría volviendo loca? Quizá había pasado ya demasiado tiempo en aquel horrible lugar y comenzaba a desvariar.
Hoggle pensó en ello un rato. Después dijo:
—Uhm…amigo. ¡Me gusta! Nunca había sido amigo de nadie hasta ahora…
Un enorme rugido que helaba la sangre llegado de algún lugar cercano los dejó a los dos congelados en el acto.
Hoggle se dio la vuelta. Y deteniéndose solo para decir:
—¡Adiós!— salió huyendo, alejándose del rugido.
Sarah corrió tras él y le agarró de la manga.
— ¡No! Un momento—dijo furiosa—. ¿Eres mi amigo o no?
Mientras Hoggle dudaba, otro rugido que hizo temblar el aire decidió por él.
—¡No! No, no lo soy. Hoggle no es amigo de nadie. Sólo cuida de sí mismo. Como todo el mundo. —Se retorció para liberar su manga—. Hoggle es el amigo de Hoggle —le oyó chillar, mientras corría en dirección opuesta a la del rugido y se desvanecía en el interior del laberinto.
—¡Hoggle! —gritó Sarah—. ¡Cobarde!
Oyó otro grito aterrador, pero se quedó donde estaba. El monstruo, fuera cual fuera, no parecía estar acercándose a ella.
—Bueno —dijo, hablando en voz alta para tranquilizarse—. No tengo miedo. Las cosas no son siempre lo que parecen en este lugar...
El sonido llegó de nuevo, como una manada de leones hambrientos rugiendo al unísono.
Como no iba a huir, la única alternativa era avanzar en la dirección en la que iban antes, con algún jirón de fe para ayudarse a seguir adelante. Y así lo hizo, cruzando los dedos para tener suerte, se movió tentativamente a lo largo del pasillo de setos.
Cuando alcanzó una abertura en el seto y se asomó cautelosamente a través, vio que las cosas no eran, de hecho, siempre lo que parecían. La que rugía era una bestia espantosamente enorme, pero el animal estaba bocabajo, suspendido por una pata atada a un árbol. Rugía de dolor, porque cuatro goblins le estaban atormentando con lanzas terminadas en pinzas; largos palos con pequeñas y feroces criaturas en un extremo, que mordían como pirañas siempre que tenían oportunidad.
La gran bestia, que estaba cubierta de abundante pelo color jengibre, se agitaba violentamente para librarse de los goblins, pero el único resultado era que su cuerpo se balanceaba adelante y atrás. Esto animaba el juego para los goblins, dándoles a todos la oportunidad de adelantarse velozmente a los otros y conseguir un golpe cruel con la lanza antes que la rugiente y frenética bestia hubiera completado su balanceo. Claramente lo estaban pasando como nunca en la vida. Competían unos con otros sobre cuál de las partes suaves del cuerpo de la bestia podrían alcanzar, y cuanto podrían sostener el mordisco antes de tener que saltar fuera del camino de los desesperados brazos. Tan absortos estaban que Sarah pudo salir del seto y acercarse sin ningún riesgo de que repararan en ella.
Estaba consternada por la escena.
—¡Si tuviera algo para tirarles! —masculló para sí misma.
Miró alrededor buscando un arma, pero no había nada. De repente, la bestia aulló y una  piedra pequeña llegó rodando hasta los pies de Sarah. La recogió, apuntó cuidadosamente y se la tiró al goblin más cercano. Le dio en la cabeza, golpeando el visor de su yelmo y bajándoselo sobre los ojos.
— ¿Qué ha pasado?—exclamó el goblin—. ¿Quién ha apagado las luces? No veo nada.
Se tambaleó alrededor ciegamente, todavía meciendo y adelantando su lanza. La viciosa criatura del extremo del palo estaba ansiosa por morder cualquier cosa que se pusiera a su alcance. Cuando hizo contacto con otro goblin, hundió los dientes en él.
—¡Ouch! ¡Ouch! —chilló el goblin mordido—. Ey, para, tú.
—¿Parar qué? —preguntó el primer goblin, todavía tropezando ciegamente.
El segundo goblin estaba ahora sufriendo un rabioso asalto.
—Aargh. ¡Cabeza de chorlito! ¡Excremento de rata! —escupió el interpelado utilizando deliberadamente su lanza.
Fue el turno del goblin ciego de gemir.
—¡Ayuda! ¿Quién me está atacando? ¿Dónde están las luces?
Los otros dos goblins habían dejado de atormentar a la bestia. Esto era incluso más divertido. Se codeaban el uno al otro y reían mientras observaban la pelea.
—¡A por él! —gritaba uno.
—¡Dale! —chillaba el otro, saltando arriba y abajo de excitación.
Sarah se había armado con otra roca pequeña, y ahora la lanzó. La asombraba lo precisa que era hoy su puntería. La roca golpeó al otro goblin en el yelmo, en el visor. Este se tambaleó hasta su compañero, y el visor se le bajó también por el impacto.
—Socorro —gritó uno.
—Está oscuro —chilló el otro.
—¿Qué está pasando?
—¡Luces! ¿Dónde están las luces?
Mientras tanto el primer goblin, todavía cegado por el visor e incapaz de ver qué le estaba mordiendo, decidió que su único recurso era poner pies en polvorosa. Corriendo ciegamente, se estampó directamente con los otros dos, que se tambaleaban ambos ahora. Sus lanzas de pinza aprovecharon la oportunidad.
Sarah observaba con lágrimas de risa en los ojos como los tres goblins luchaban unos con otros, con los visores sobre las caras, mientras los cuatro maldecían sus heridas.
—¡Ouch! Me están pellizcando.
—¡Socorro! ¡Luces!
—Ow. ¡Basta!
—¡Gusano podrido! ¡Alcornoque!
El alboroto decayó cuando el grupo, persiguiéndose unos a otros, chillando y gritando, chocaron contra el seto, cayendo sobre las raíces.
Sarah se limpió los ojos, y su cara se puso seria mientras miraba hacia la gran bestia colgante. Habiéndolo salvado de sus atormentadores, tenía intención de dejarle en paz y escabullirse. Pero la pena que había sentido por el monstruo todavía estaba presente en ella. Se aproximó cautelosamente.
Aún así, estar allí de pie y mirar a la cara a la gigantesca e invertida criatura requirió más valor del que había creído poseer. Recordaba haber leído algo sobre que tienes que hablar firmemente y con confianza a los animales salvajes. Así que, con su más perfecta voz de maestra de escuela, dijo:
— Bueno , para ya.
Otro gran rugido estaba en camino desde las profundidades del cuerpo del monstruo, pero la bestia lo detuvo a mitad de camino cuando oyó que se dirigían así a él.
—¿Murh? —dijo.
Sarah chasqueó la lengua.
—¿Es esa forma de tratar a quien intenta ayudarte? — Dijo Sarah. La criatura contestó levantando las cejas— ¿No quieres que te ayude a bajar?
El monstruo se quedó allí colgando un momento, reflexionando sobre sus opciones. Giró el cuello para mirar hacia arriba a su tobillo atado, reflexionó otra vez, y después giró la cara hacia Sarah.
—Ludo... abajo —dijo.
Su voz había sido casi deferente. Su cara todavía era temible, sin embargo... cuernos retorcidos sobre la cabeza, ojos hundidos, una mandíbula enorme con colmillos protuberantes a cada extremo, y una amplia boca abierta que parecía sombría.
Sarah se fortaleció para acercarse más. Sintió el cálido aliento de la bestia en la cara mientras permanecía de pie junto a ella y se doblaba por la cintura para ponerse bocabajo y mirarle bien. Lo que vio la sorprendió. La gran boca que había parecido tan sombría con las comisuras hacia abajo, en realidad había estado, por supuesto, sonriendo dulcemente hacia ella. Caray, reflexionó, esto es lo que debe parecerle a Toby la gente cuando se inclinan sobre él en la cuna.
El monstruo no solo le sonreía, parpadeaba algo bobaliconamente, con lo que parecía querer decir: Soy-un-desastre-lo-sé-per-de-todas-formas-gracias-por-ser-amable-conmigo. Sarah le devolvió una sonrisa cautelosa. Iba a confiar en que este monstruo fuera, excepcionalmente en este lugar, lo que parecía ser.
—¿Ludo? —Preguntó Sarah—. ¿Te llamas así?
—Ludo...
— Pareces…—Sacudió la cabeza y, más para sí misma que para Ludo, concluyó—una bestia tan simpática.
Sintiéndose segura ahora, alborotó el pelo de la cabeza color jengibre de Ludo, entre sus cuernos. Él sonrió, y suspiró.
Sarah se enderezó y examinó el nudo que ataba la pata de Ludo a la rama. Era un simple lazo, que podía soltar con un solo tirón. Con la mano alzada, se detuvo, y miró a Ludo.
—Bueno, espero que seas lo que pareces ser.
Sarah fue hasta donde se encontraba la cuerda atada, al quedar fuera del campo de visión de Ludo, este comenzó a gruñir.
—Espera un poco, te bajaré, un segundito
Se agachó hasta donde estaba el nudo y desató la cuerda, y le soltó. Él golpeó el suelo con un poderoso chasquido.
— Oh, lo siento — Dijo Sarah a la vez que corría hacia la bestia. —Ludo, ¿te has hecho daño?, ¿Ludo?
Con profundos gemiditos, se sentó, y comenzó a frotarse la cabeza herida y las escoceduras que le habían infringido. Ella le observó, aunque insegura de si debía esperar que le diera las gracias o se la comiera.
Él sorbió por la nariz, todavía frotándose. Entonces su cara rompió en la sonrisa muda más cautivadora que Sarah había visto nunca, más grande y más abierta que la de ningún dibujo animado.
—¿Amiga? —declaró Ludo.
—Eso es, Ludo. Soy Sarah.
—Sarah...
Ludo se incorporó.
—Oh espera, deja que te ayude—Dijo Sarah quitando la cuerda que se encontraba alrededor de la pata de la bestia— ¿estás bien?
—Sarah….Sarah amiga…amiga… amiga— Dijo Ludo avanzando hacia Sarah.
—Ahora espera—No podía igualar una sonrisa tan grande e inocente como esa, pero hizo lo que pudo—. Y —añadió—, quiero Preguntarte una cosa, Ludo.
—¿Huh?
—Tengo que llegar al Castillo en el centro del Laberinto. ¿Sabes el camino?
Ludo sacudió su gran cabeza, todavía sonriéndole.
Sarah suspiró, y sus hombros se hundieron.
—¿Tú tampoco sabes el camino?
De nuevo, el sacudió la cabeza, con un pequeño ceño de disculpa.
—Me pregunto si alguien sabe como atravesalo.
Sarah descansó la barbilla sobre una mano, filosóficamente. Era un monstruo adorable, y probablemente probara ser mucho más de confianza de lo que había sido ese cobarde renacuajo achaparrado, pero le habría venido bien un guía. Bueno, si nadie iba a ayudarla, ya averiguaría lo que podía hacer por sí misma.
Se puso en pie. Ludo se puso en pie con ella, erguiéndose macizamente sobre ella. Puede que no sirva de guía, pensó, pero es agradable tenerle a mi lado.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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