domingo, 5 de septiembre de 2010

Capítulo 5- Malos recuerdos

Mientras gritaba, cayendo hacia abajo por el pozo, Sarah comprendió que su caída estaba siendo ligeramente impedida por cosas que la rozaban. Grandes y gruesas hojas que no podían ser, o alguna suerte de musgo áspero que brotaba de las paredes del pozo. Fuera lo que fuera, intentó aferrarse a una, para salvarse del terrible golpe que esperaba a cada instante. Estaba cayendo demasiado rápido.
— ¡Socorro! — Gritó Sarah.
Entonces, por pura casualidad, su muñeca aterrizó sonoramente en una de esas cosas, que se cerró al instante y con firmeza alrededor de ella. Con una sacudida que casi la desarticuló, se encontró colgando de un brazo.
—¡Oh! —gimió con alivio, y se sintió a sí misma jadear en busca de aliento.
Miró hacia abajo, para ver lo cerca que había estado de romperse todos y cada uno de los huesos. Todo lo que pudo ver fue un largo túnel, bordeado por cosas que ella misma había roto al caer. Miró hacia arriba. La abertura por la que había entrado en el agujero estaba muy alta.
Cuando sus ojos se ajustaron a la luz sombría, vio que lo que la había cogido era una mano. Por todas partes a su alrededor, brotando de los costados del pozo, había manos que tanteaban en el aire, como algas bajo el agua.
Su alivio dio paso a una sensación asqueada: estaba sujeta por el apretón de una mano sin brazo o cuerpo adherido, y aparentemente esta no tenía intención de soltarla. Quizás fueran manos carnívoras, o fueran como esas arañas que simplemente te disolvían lentamente. Miró nerviosamente arriba y abajo del pozo de nuevo, esta vez buscando algún esqueleto colgando por ahí, como capturado en una trampa de la jungla. No vio ninguno.
Y ahora sentía que otras manos la buscaban y la encontraban, sujetándola de las piernas y el cuerpo. Había manos sobre sus muslos y tobillos, en su cuello. Se estremeció y gritó.
—¡Basta! —Sabiendo lo fútil que era, gritó—. ¡Ayuda! —Se retorció, intentando sacudírselas, y con su mano libre buscó un punto de apoyo, en un desesperado intento de alejarse escalando. Todo lo que puedo encontrar para agarrarse fue otra mano. Dubitativamente la cogió, y esta respondió inmediatamente, apretándole la mano firmemente. Con la idea de quizás escalar de mano en mano hasta un rellano, intentó liberar la muñeca de la primera mano. No fue bien. Ahora estaba más firmemente sujeta que antes, atascada entre una red de manos.
Sintió un golpe ligero en su hombro, y giró la cabeza para ver qué era. Para su desconcierto, vio que las manos de uno de sus costados se colocaban para tomar la forma de una especie de cara, con dedos y pulgares formando círculos a modo de ojos y dos manos trabajando juntas para modelar una boca. Y la boca le habló.
—¿Por qué pides ayuda? Te estamos ayudando —dijo.
Y las manos se separaron dejando de formar la espeluznante cara. A pocos centímetros, otras manos se juntaron para forma otra cara distinta, esta un poco más grande que la anterior.
— Te estamos echando una mano — Dijo con voz cavernosa.
— Me hacéis daño— Dijo Sarah
Ahora había varias caras más formadas por manos a su alrededor.
—¿O preferirías que te soltáramos? —preguntó una de ellas.
Las manos rieron y soltaron a Sarah, la cual cayó unos cuantos metros antes de volver a ser ayudada por las manos.
—Uh... no.
—Bien, pues venga—dijo una de las manos—. ¿Hacia dónde?
— ¿Hacia dónde? —preguntó ella, desconcertada.
—¿Arriba o abajo?
—Oh... —Estaba más que confusa—. Er... —Volvió a mirar hacia arriba, hacia la luz, pero eso sería una especie de retirada. Miró abajo, al desconocido abismo insondable.
—¡Vamos! ¡Vamos! —la urgió una voz impaciente—. No tenemos todo el día.
¿De verdad? pensó Sarah para sí misma.
—Para ella es una decisión importante —dijo una voz compasiva.
— ¿Hacia dónde quieres ir…uhm? —preguntó una insistente.
Todo el mundo en el Laberinto era tan imperativo. Tengo una buena razón para tener prisa, sintió Sarah. Solo tengo trece horas para encontrar a mi hermanito, y sólo Dios sabe cuánto de ese tiempo ha pasado ya. ¿Pero, por qué toda esta gente... si puede llamárseles gente... es tan mandona?
— ¡Sí! ¿Hacia dónde?
—Pués, er... —Sarah todavía dudada. Arriba era una cobardía, y abajo era aterrador.
Muchas caras observaban su indecisión. Varias de ellas reían disimuladamente, cubriéndose las bocas con otra mano.
Tomó un profundo aliento.
— Como vengo de arriba supongo que hacia abajo.
—Ha elegido abajo —oyó a los burlones tras sus manos
— ¿Ha elegido abajo? — Preguntó otra de las caras con malicia.
— ¿He hecho mal? —inquirió Sarah tímidamente.
—Ya es demasiado tarde —dijo una de las caras de manos, y con esto empezaron a pasársela pozo abajo, no rudamente.
Y abajo fue, muy abajo, hasta que se encontró momentáneamente sostenida sobre una boca de alcantarilla, mientras las manos  la cubrían. Entonces las manos más bajas la soltaron, dejándola caer pulcramente por el hueco de la alcantarilla, y lo último que vio fue a las manos ondeando un adiós servicialmente.
Cuando aterrizó sobre el suelo de piedra de una oscura y pequeña celda, la tapa fue vuelta a colocar en la alcantarilla, con un golpe apagado.
En una oscuridad absoluta, Sarah se sentó. Su cara estaba en blanco.

* * * * * * * *

La imagen de su cara silenciosa brillaba claramente en un cristal en la cámara del Rey Goblin.
—Está en el olvidadero —observó Jareth.
Los goblins cacarearon malvadamente, danzando y haciendo cabriolas alrededor. Sus mandíbulas se abrían de par en par con algarabía, y se palmeaban los muslos.
— ¡Callaos!—les dijo Jareth.
Se quedaron congelados. Sus cabezas se retorcieron para mirar a su Rey.
—No debería de haber llegado hasta el olvidadero. —Jareth todavía estaba mirando a la imagen de la cara de Sarah en el cristal. Sacudió la cabeza—.Ya se tendría que haber rendido.
—Nunca se rendirá —dijo un goblin agudo.
—¿ Ah No? —rió Jareth tristemente—. ¿No? El enano la va a  llevar otra vez al principio, pronto se dará por vencida cuando vea que tiene que empezar todo de nuevo… ¡Venga reíd! — Mientras los goblins reían Jareth parecía algo preocupado
Le complacía pensar en su Laberinto como en el tablero de escaleras y serpientes; si te acercabas demasiado a la casilla ganadora, podías encontrarte una serpiente que te llevara de vuelta a la salida. Nadie lo había logrado, y muy pocos habían llegado tan lejos como esta perturbadora chica, que era demasiado mayor para convertirse en un goblin. Jareth examinó su cara en el cristal. Demasiado mayor para ser un goblin, pero demasiado joven para quedarse con él, malditos fueran sus ojos inocentes. Tenía que ser enviada de vuelta al principio inmediatamente, antes de que se convirtiera en una seria amenaza para Toby, y sabía qué serpiente podía llevar a cabo el trabajo.
—¡Hoggle! —llamó, haciendo girar el cristal.
La cara de Hoggle apareció en él.
—Está en el olvidadero —dijo Jareth—. Llévala de vuelta a la muralla exterior.
Hoggle ladeó la cabeza, haciendo una mueca.
—Está bastante decidida, Su Majestad. No será fácil...
—Hazlo —Jareth lanzó el cristal al aire, donde se desvaneció como si fuera una pompa de jabón.
Rió ahogadamente, imaginando la cara de Sarah cuando se encontrara junto al estanque de Hoggle otra vez. Entonces echó atrás la cabeza y rugió de risa.
Los goblins le observaron inseguros. ¿Era correcto reír ahora?
—Bueno, adelante —les dijo Jareth.
Con el regocijo simple que es natural en la gente malvada de corazón, los goblins se lanzaron a su rutina de cacareos y risitas burlonas. El goblin astuto los dirigía, como un conductor, liderándolos en un crescendo de maligno regocijo.

* * * * * *

Sarah estaba sentada en el suelo de la celda negra deseando haber pedido a las manos  que la subieran por el pozo, hacia la luz. ¿Qué podía esperar de este lugar?
Cuatro de sus sentidos se agudizaron en la oscuridad; y detectó un pequeño sonido de arañazos.
— ¿Quién anda ahí?—Su cuerpo estaba tenso por la alarma.
—Yo… —replicó una voz brusca.
Hubo arañazos, seguidos de un resplandor de luz como el de una cerilla prendida, que se convirtió en una antorcha en llamas. Hoggle estaba sentado allí, en un banco basto, sujetando una antorcha en alto para que él y Sarah pudieran verse el uno al otro.
—Oh —dijo ella—. Eres tú. —Estaba tan aliviada que podría haberle abrazado.
—Si, bueno —dijo Hoggle bruscamente, como si se sintiera ligeramente avergonzado por la situación—. Desde que te ví sabía que ibas a meterte en algún lío, así que, he venido a echarte una mano.
Sarah se colocó junto a él, a la luz de la antorcha.
«Una mano amiga», pensó Sarah, y se estremeció. Ya había tenido bastantes de ellas.
Sarah miró a su alrededor. En el círculo de luz derramado por la antorcha vio las paredes de piedra, el suelo de piedra, el techo de piedra. Un banco basto de madera era el único lujo.
—Oh, estás mirando a tu alrededor, ¿verdad? —El desdén de Hoggle se había convertido en sarcasmo—. Supongo que te habrás dado cuenta de que no hay puertas... sólo el agujero.
Sarah espió tan duramente como pudo en el interior de las sombras, y comprendió que él tenía razón.
—Esto es —estaba diciendo Hoggle—, un olvidadero. El Laberinto está lleno de ellos.
Se sintió ofendida por su tono de sabelotodo, por el tono burlón de su voz.
—¿En serio? —replicó, imitando su sarcasmo—. No me digas.
—No te hagas  la lista —le dijo él—. Ni si quiera sabes lo que es un olvidadero.
—¿Y tú?
—Sí —dijo Hoggle, con un dejo de orgullo—. Es una mazmorra donde se mete  a la gente para olvidarse de ella.
Cuando lo que Hoggle había dicho empezó a calar, Sarah miró a las oscilantes paredes de piedra y se estremeció. Olvidarse de ellos... ¿Era eso lo que Jareth estaba haciendo con ella? ¿Simplemente olvidarla? Empezó a sentirse indignada. No era justo. La había desafiado a completar su búsqueda. Todas las probabilidades estaban en su contra, pero había sido lo suficientemente valiente como para empezarla... él no podía ahora, simplemente dejar que se pudriera aquí. ¿Podía?
Hoggle había cogido la antorcha y se había bamboleado hasta una esquina del olvidadero. La llamó por señas para que le siguiera. Lo hizo, lanzando una gran sombra por las paredes. Tendido en la esquina había un esqueleto, recostado sobre la espalda, con las rodillas encogidas y la cabeza apoyada contra la pared.
—Lo que tienes que hacer es salir de aquí—Hoggle estaba mirándola de reojo—. Y da la casualidad de que conozco un atajo para salir del laberinto desde aquí.
Ella le miró. ¿Quién era pequeño?
—No, no me voy a rendir ahora. —dijo ella al momento—.Ya he llegado demasiado lejos. No, lo estoy haciendo muy bien.
Él asintió con la cabeza, y con voz calmada la tranquilizó.
—Claro que sí —sacudió la cabeza y dejó escapar un ruido sordo entre los dientes—.Pero a partir de aquí, es mucho peor.
Había algo en su tono cargado de secretismo que hizo sospechar a Sarah.
—¿Por qué te preocupas tanto de mí? —le preguntó.
—¿Qué…? Pues…—Hoggle pareció agraviado—. Lo hago, eso es todo. Una preciosa  jovencita... en un terrible olvidadero negro...
—¿Te gustan las joyas, verdad? —le interrumpió Sarah
Él frunció la cara.
—¿Por qué? —preguntó él lentamente y se echó mano a un pequeño saco a rebosar de joyas que llevaba colgando del cinto.
—Si me ayudas a atravesar el Laberinto... —Tomó aliento—... te daré... —Se quitó la pulsera. Era solo una baratija de plástico, no una de las especiales que le había regalado su madre, y que llevaba solo cuando salía— ...esto —concluyó, ofreciéndoselo.
—Hm —Hoggle se lamió los labios y ojeó la pulsera, evaluándolo.
—Te gusta, ¿no es así? —Podía ver que sí. También vio que estaba echando el ojo al anillo de su dedo. Este no tenía ningún valor intrínseco tampoco, sin embargo Sarah le tenía cariño porque su madre lo había llevado al hacer de Hermione en La Historia de Invierno.
Hoggle gruñó y se dió la vuelta, dándole la espalda a Sarah.
—Oh… muy bien — Dijo Sarah
—Haremos un trato —dijo el enano—Si me das la pulsera te enseñaré el camino para salir del Laberinto.
—Si lo  ibas a hacer de todas formas. —señaló ella.
—Sí, bueno —replicó él—. Por eso sería en un detalle particularmente bonito por tu parte. —Extendió la mano.
—¡ No! —Sarah retiró bruscamente la pulsera—. Haremos otro trato, si no me vas a llevar hasta el centro llévame tan lejos como puedas y luego seguiré yo sola.
Hoggle resopló.
Ella le devolvió la mirada francamente. Fuera cual fuera su juego, lo estaba jugando muy mal. Tuvo que morderse el labio para evitar reírse como una tonta de él.
—Por cierto, ¿de que está hecha? — Preguntó Hoggle con mucho interés
—De plástico. — Dijo ella sin darle mucha importancia
Los ojos de él brillaron. Entonces alzó su brazo rechoncho para que Sarah le pusiera el brazalete en la muñeca. Lo miró allí colocado y no pudo ocultar su orgullo.
— ¡Oh! — Dijo Hoggle asombrado—No te prometo nada —dijo—. Pero... —gruñó resignado— ...te llevaré lo más lejos que pueda. Luego allá tú, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —estuvo de acuerdo Sarah.
Él asintió con la cabeza. Sus ojos todavía brillaban cuando miraba el brazalete en su muñeca.
—Caray…¡Plástico! —murmuró, excitado.
Hoggle entró en acción. Agarró el pesado banco de madera y, con una fuerza que Sarah no hubiera sospechado en su pequeño cuerpo regordete, le puso en vertical de forma que el asiento quedó pegado a la pared. Sarah se sorprendió al ver dos picaportes de puerta en la parte de abajo del asiento, uno a la derecha y otro a la izquierda, y se quedó desconcertada cuando Hoggle giró uno de los pomos y el asiento se convirtió en una puerta incrustada en la pared de piedra. Esto no es justo, pensó.
Con una sonrisa traviesa... porque estaba disfrutando, pavoneándose ante la jovencita... Hoggle abrió y atravesó el umbral.
Sarah estaba a punto de seguirle cuando oyó un crujido y un parloteo. Escobas y cubos cayeron por la puerta hasta el olvidadero. Sarah sonrió, reconociendo la vieja broma del armario de las escobas.
—¡Maldita sea! El armario de la limpieza —oyó decir a Hoggle, dentro del armario. Este salió, y evitando su mirada empujó las escobas y cubos de vuelta al interior y cerró la puerta.
Todavía tímido, aferró el otro pomo.
—Bueno, no se puede acertar siempre, ¿no? —masculló. Esta vez, abrió la puerta bastante menos atrevidamente. Se asomó a través de ella—. Ahora, eso es —le dijo—. Adelante.
Le siguió a un pasillo tenuemente iluminado con paredes de roca grotescamente talladas.
Estaban abriéndose paso a lo largo del pasillo cuando una voz resonó:
— ¡NO SIGÁIS!
Sarah saltó violentamente, y miró alrededor. No vio a nadie, excepto a Hoggle. Y entonces comprendió: tallada en la pared de piedra había una boca. Al retroceder para alejarse de ella vio que la boca era parte de una enorme cara. Había caras similares alineadas a ambos lados del pasillo. Cuando ella y Hoggle pasaban, cada una entonaba un profundamente resonante mensaje.
— ¡Volved atrás ahora que aun podéis!
— ¡Este no es el camino!
— ¡Haced caso y no sigáis adelante!
— ¡Cuidado! ¡Cuidado!
    ¡Pronto será demasiado tarde!
 El pasadizo giraba y se retorcía, pero todo el tiempo Sarah tuvo la impresión de que se movían hacia adelante, si tal dirección existía en el Laberinto, y se sintió animada.
Sarah se puso las manos sobre los oídos. Las advertencias parecían estar resonando dentro de su cabeza.
Hoggle, apresurándose a avanzar, miró alrededor para ver dónde se había metido ella, y la vio ahí de pie.
—Bah —ondeó la mano—. No les hagas ningún caso. Sólo son Falsas Alarmas. Encontrarás muchas en el Laberinto. Sobre todo cuando vas por buen camino.
—No vais por buen camino —rugió una cara.
—Cállate —le espetó Hoggle en respuesta.
—Lo siento, lo siento —dijo la cara—. Solo hago mi trabajo.
—A nosotros  no hace falta que nos lo hagas—respondió Hoggle, y abrió el camino pasillo abajo.
La cara les observó marchar.
—Cuidaos de… —Dijo otra cara   antes de ser cortada por Hoggle.
— Basta ya pelmazos…
—Oh, por favor —suplicó la cara—.Hace tanto tiempo que no lo digo. — Dijo la cara con voz suplicante.
—De acuerdo—le dijo Hoggle—. Pero no esperes que te hagamos  caso.
La cara se animó considerablemente.
—¡No, no, claro que no! —Se aclaró la garganta—. ¡Pero el camino que tomareis os llevará a una destrucción segura! —Pausa—. Muchas  gracias —añadió cortésmente.
Mientras la cara canturreaba, una pequeña bola de cristal había estado rodando y resbalando pasillo abajo detrás de Sarah y Hoggle. Les alcanzó cuando doblaban una esquina, y la vieron botar por delante de ellos. Un mendigo ciego estaba acuclillado con la espalda contra la pared, con un sombrero de ala ancha en el suelo a sus pies. La bola de cristal brincó, metiéndose pulcramente dentro del sombrero.
Sarah oyó gemir a Hoggle. Le miró. Su boca estaba abierta, y sus ojos miraban fijamente al sombrero en el suelo.
El mendigo giró la cara hacia ellos.
—¿Quién anda por ahí? —preguntó.
—Uh, nada —balbuceó Hoggle.
—¿Nada? ¡¿Nada?! Nada-da-da-dá —El mendigo se alzó.
Hoggle se quedó congelado. Sara jadeó. Era Jareth.
—Oh majestad... —Hoggle se inclinó tan obsequiosamente que corrió el riesgo que ejecutar una voltereta completa—. Que... —tragó, y sonrió sin ganas— agradable sorpresa.
—Hola, Caggle —dijo el Rey de los Goblins.
—Gaggle —le corrigió Sarah.
—Hoggle —dijo Hoggle, rechinando los dientes.
—Hoggle —dijo Jareth, con un tono de amable conversación—, ¿es posible que estés ayudando a esta chica?
—¿Ayudarla? —prevaricó Hoggle—. ¿En qué sentido? Uh...
—En el sentido de que la estás llevando hasta el castillo —dijo Jareth.
—Oh —replicó Hoggle—.No, no, la estaba llevando de vuelta al principio su majestad.
— ¡¿Qué?! —exclamó Sarah.
Hoggle forzó a sus labios a formar una sonrisa aduladora para Jareth.
—Le dije que iba a ayudarla a cruzar el Laberinto... un pequeño truco por mi parte... —Se rió a carcajadas y tragó saliva—. Pero en realidad...
— ¿Qué es eso de plástico que llevas en la muñeca? —le interrumpió Jareth, con cara asqueada.
Hoggle se llevo las manos a la espalda para evitar que Jareth viera la pulsera pero calló en la cuenta que ya era tarde para ello.
—Ah… esto…pues vaya…por Dios —Dijo Hoggle con nerviosismo— ¿ de dónde habrá salido esto?
—Huggle —habló Jareth pacientemente
—Hoggle —le corrigió el enano.
— Si por un segundo pensara que me estas traicionando, me vería obligado a colgarte  cabeza abajo en el  Pantano del Hedor Eterno.
—Oh, no, majestad —las rodillas de Hoggle temblaban—En el Hedor Eterno no.
—Oh, sí—Jareth se giró y sonrió a Sarah—. Y a ti, Sarah... ¿te esta gustando mi Laberinto?
Sarah tragó saliva. Junto a ella, oía los pies de Hoggle que se arrastraban. Decidida a no permitir que Jareth la intimidara, fingió una indiferencia que estaba lejos de sentir.
—Es... —dudó—. Es pan comido.
Jareth alzó una ceja elegantemente.
Los ojos de Hoggle se cerraron con desmayo.
    ¿De verdad? —Jareth parecía intrigado—¿ Qué tal si complicamos el juego?
Levantó la mirada, y en el espacio de aire que había ante sus ojos apareció el reloj de las trece horas. Gesticuló grácilmente, y las manecillas empezaron a girar visiblemente más rápido.
— ¡No es justo! — exclamó Sarah indignada.
— Dices eso demasiado a menudo. No sé de dónde has sacado tu idea de la justicia.
—Así que el Laberinto es pan comido, ¿no? —rió Jareth—. Bueno, veamos  cómo te las arreglas con esta rebanada. —Mientras su risa burlona todavía resonaba, se desvaneció.
Jareth sacó la bola de cristal de su sombrero y la volvió a lanzar túnel abajo. Al instante, desde la oscuridad, llegó un sonido; un choque, zumbido, y ruido de rodada, distante aún, pero acercándose más y más, y haciéndose más fuerte.
La cara de Hoggle era una máscara de pánico. Sarah se encontró a sí misma alejándose instintivamente del estrépito que se aproximaba.
Sarah y Hoggle miraban fijamente al pasadizo. Cuando vieron lo que se aproximaba a ellos, sus mandíbulas cayeron y temblaron.
Una pared sólida de cuchillos que giraban y apuñalaban furiosamente se dirigía inexorablemente hacia ellos. Docenas de afiladas hojas brillaban a la luz, cada una apuntando hacia adelante y zumbando malignamente. La pared de hojas llenaba completamente el túnel, como un tren subterráneo, y los haría pedazos en un abrir y cerrar de ojos.
Y, Sarah notó con horror, al final de la máquina había una fila de cepillos, para limpiarlo todo a su paso.
— ¡Oh no, los de la limpieza! —gritó Hoggle, y salió corriendo.
— ¿Qué? —Sarah estaba tan aterrada que se quedó hipnotizada en el lugar donde estaba de pie.
—¡Corre! —El grito de Hoggle resonó en la distancia y le hizo recuperar el sentido. Se lanzó a toda prisa tras él.
La máquina asesina se acercaba rechinando y rodando estrepitosamente tras ellos. En ese momento, Hoggle calló al suelo y Sarah tuvo que frenar en seco para ayudar a incorporarse al enano.
— ¿Estás bien? — Preguntó Sarah jadeante al enano, pero este no tuvo tiempo de contestar ya que la máquina se aproximaba a ellos a buen ritmo.
Lo que faltaba ahora era que llegaran a un callejón sin salida. Al girar una esquina, encontraron uno. Una puerta pesadamente atrancada cerraba el túnel que tenían delante.

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