viernes, 3 de septiembre de 2010

Capítulo 7- Para avanzar hay que retroceder

Sarah se unió a Hoggle en el escalón más alto de la escalera, aferrando agradecida el costado de la escotilla abierta. Se sentía como si estuviera pisando tierra firme tras un viaje por mar.
Tenían vistas a un jardín, donde cantaban los pájaros. Estaba rodeado por setos bien cuidados... setos cuadrados, pensó, y ciertamente estaban muy rectos, con aberturas pulcramente cortadas entre ellos, y giros en ángulos precisos, y el césped estaba tan plano y ordenado que el jardín parecía más bien una caja verde, con el cielo azul como tapa.
Pero no por nada los llamaban setos cuadrados, ¿verdad? Era un jardín bastante formal, con estatuas de piedra cuidadosamente colocadas. Sobre las piedras había runas talladas, y unas pocas caras... más de esas Falsas Advertencias, decidió Sarah, preparándose para sus sombrías predicciones.
La escotilla a través de la cual habían emergido estaba en lo alto de una gran urna ornamental, colocada sobre una mesa de mármol. Vaya un acomodamiento más ridículo, reflexionó Sarah, mientras trepaban fuera de la urna y bajaban al césped. Nada era lo que parecía ser. Era como un idioma en el cual todas las palabras eran iguales a las del tuyo, pero donde significaban algo diferente a lo que estabas acostumbrado. A partir de ahora, no aceptaría nada por su apariencia. Miró con suspicacia a la urna, y después abajo, a la hierba. Avanzó cuidadosamente. Puede que resultara ser la parte superior de la cabeza de alguien.
Hoggle extendió las manos.
—Ya hemos llegado . A partir de ahora sigue tú sola.
—¿Qué?
—Esto es, te dejo.
—Un momento… ¡Hoggle!
—Dije que no te prometía nada —se encogió de hombros, insensiblemente. — Que te llevaría lo más lejos que pudiera
—¡Enano tramposo!¡ Horrible enano tramposo! — Gritaba Sarah ofendida.
    Es inútil que me insultes, no tengo orgullo.
— ¿Ah, no—Dijo Sarah . Y antes de que él pudiera alejarse, se lanzó hacia adelante y agarró la cadena de broches y medallas de su cinto. Tuvo que tirar bastante fuerte para soltarla, y a consecuencia de ello Hoggle se tambaleó hacia adelante.
—¡Ey! —protestó.
—¡Ah, ah! —ella sostuvo sus preciosas joyas demasiado alto para que él las alcanzara.
Hoggle danzó en círculos bajo la cadena colgante, intentando saltar y agarrarla. Fue inútil.
— ¡Son mis joyas!,¡Devuélvemelas!, ¡Devuélvemelas! —chilló. — ¡Haz el favor de devolvérmelo!
—Y ahora…allí está el castillo —dijo Sarah, con un tono deliberadamente práctico, el que un padre utilizaría con un hijo tras una rabieta. Por encima de los setos, podía ver los capiteles del castillo y sus torretas y torres brillando al sol, y las señaló—. ¿Qué camino elegimos?
—Son de mi legítima propiedad —Dijo avanzando hacia ella. Hoggle se había vuelto hosco. — ¡No es justo!
—No, no lo es.— Recitó Sarah con una aire de superioridad. Se encontró a sí misma sonriendo, y le llevó un momento comprender por qué. Entonces lo vio, como un acertijo que nunca más volvería a engañarla. Nada era justo. Si esperabas justicia, siempre quedarías desilusionado. Se giró con una generosa sonrisa hacia Hoggle—. Pero así son las cosas.
En ese momento, divisó una curiosa figura vestida con túnica que paseaba por el césped, al parecer profundamente ensimismada. ¿De dónde había salido? Era un viejo, con un largo mostacho blanco y cejas blancas, pero lo más asombroso de todo era su sombrero, que estaba coronado con la cabeza de un pájaro, con un pico afilado y ojos que lanzaban miradas a todas partes.
—Disculpe —llamó Sarah, corriendo por el césped tras el anciano.
Con su larga zancada, su ceño fruncido, la cabeza inclinada, y las manos cogidas tras la espada, parecía muy sabio. Seguramente sería de más ayuda que el renacuajo achaparrado del que había tenido que depender hasta ahora. Se estaba sentando gravemente sobre una especie del jardín cuando Sarah se aproximó.
—Por favor —dijo—, ¿puede usted ayudarme?
El Hombre Sabio no había notado en realidad la presencia de Sarah. Cierto que había alzado la cabeza hacia ella, pero solo como cuando uno mira a un árbol, a una mosca, o a una nube blanca perdido en sus pensamientos. En vez de a ella, parecía estar viendo un lejano horizonte más allá de ella, más allá de lo que la mayoría de los mortales habían visto nunca.
La profundidad y alcance de sus pensamientos eran claramente bastos, fuera cual fuera el tema del que pudieran ocuparse. Probablemente estuviera deliberando profundamente sobre algún problema que Sarah nunca había siquiera imaginado. ¿Será un problema matemático, se preguntó, como la raíz cuadrada de menos dos? ¿O filosófico, como el significado de la vida? Pero no, esas cosas ella ya había intentado imaginarlas, cuando había leído sobre ellas. Aquellos grandes ojos que miraban directamente a través de ella probablemente estuvieran más preocupados por alguna cuestión de física, bioquímica, o lingüística, o todo eso a la vez y más.
El Hombre Sabio se fijó en Sarah.
—Ah, una jovencita.
—Oh, oh…— Dijo su sombrero.
Sara le devolvió cortésmente una sonrisita.
La mirada del Hombre Sabio viajó hacia abajo, y se posó en Hoggle.
—¿Quién es ese?
—Mi amigo—respondió Sarah
Hoggle había estado a punto de quejarse, pero ahora se detuvo, y la miró de reojo. Era la primera vez que alguien lo había llamado amigo. Frunció el ceño.
El Hombre Sabio tomó un profundo aliento.
—¿Y qué puedo hacer por vosotros? —preguntó a Sarah.
—Por favor —dijo ella, sintiéndose tímida y un poco confusa por estar conversando con un anciano sabio sobre lo que para él debía ser una cuestión trivial—, ¿podría decir... er, tengo que llegar al Castillo en el centro del laberinto. ¿Conoce usted el camino?
—Ah —el Hombre Sabio asintió lentamente, cerrando los ojos. Después de un rato dijo—:De manera que…tú quieres llegar al Castillo.
—Menudo poder de deducción ¿eh? —exclamó el sombrero de ojos brillantes.
—Silencio—ordenó el Hombre Sabio.
—Oh…vaya —replicó el sombrero.
Sarah se puso una mano sobre la boca para ocultar una risita.
El Hombre Sabio unió las manos sobre su regazo.
—Pues jovencita —le dijo, frunciendo los labios mientras pensaba. Asintiendo, explicó—: Para avanzar a veces hay que retroceder.
El sombrero se echo a reír.
— ¿Vas a escuchar esa chorrada?
El Hombre Sabio estaba mirando fijamente hacia arriba y apretando los dedos. Se aclaró la garganta.
    ¿Quieres hacer el favor —dijo exasperado el Hombre al sombrero— de callarte?
    De acuerdo, de acuerdo — le contestó el sombrero.
    Bien— continuó el Hombre Sabio.
    Bien— repitió el sombrero.
    De acuerdo —dijo el anciano con ira.
    De acuerdo —volvió a repetir el sombrero con tono de burla.
    ¿Qué? — El mal humor del Hombre se estaba haciendo patente.
    Lo siento — contestó rápidamente el sombrero.
    ¿Has acabado?
El sombrero se tomó un tiempo para pensárselo y al final contestó con un rotundo “Sí”.
—Muchas veces jovencita, —prosiguió el Hombre creyendo que el sombrero no le volvería a interrumpir después de la reprimenda— parece que no estemos llegando a ningún sitio cuando en realidad…
—Estamos llegando— interrumpió el sombrero.
— Estamos llegando —rugió el anciano alzando una ceja y mirando de reojo a su sombrero.
Sarah miró desesperadamente alrededor del jardín.
—Me parece que así no voy a llegar a ningún sitio.
—Únete al club —dijo el sombrero.
El anciano se había quedado dormido. El sombrero se había asomado hacia abajo sobre la frente del Hombre Sabio, y ahora miró burlonamente a Sarah y Hoggle.
—Eh…Creo que ya has tenido tu parte —dijo—.Por favor, deja una contribución en la cajita.
Sarah notó por primera vez que el Hombre Sabio había sacado distraídamente una caja de recaudación, con una ranura, de entre los pliegues de su túnica, y ahora estaba sentado, bastante abstraído, agitándola haciendo repiquetear su contenido que producía un sonido metálico.
¿Qué hacer? dudó, entonces se le ocurrió la idea de donar una de las baratijas de la cadena de Hoggle, que todavía estaba sujetando.
Este le leyó la mente.
—¡Ni se te ocurra! —ladró Hoggle—. Son mías.
Sarah se detuvo, y finalmente se quitó el anillo de atrezo de su madre del dedo. Hoggle la observó dejarlo caer en la cajita y se puso verde. Había creído que se lo daría a él también.
—Bueno, creo que podré pasar sin esto…— dijo Sarah depositando el anillo en la cajita que sostenía el anciano.
—Grazie mademoiselle—dijo el sombrero, sonando como un heraldo
Mientras se alejaban, cruzando el jardín, Hoggle dijo:
— ¡Caramba! No tenías que haberle dado eso. No te ha dicho nada.
La expresión de Hoggle era escéptica, pero le siguió la corriente haciendo lo que ella sugería. Caminaron hacia atrás atravesando la abertura del seto por la que Sarah había emergido la última vez, y el jardín permaneció en pacífico silencio, decorado con los cantos de los pájaros.
El sombrero estaba observando el lugar por el que se habían marchado. Cuando no volvieron, pió:
— ¡Bien, bien! Pues allá van un par de bobos.
—Zzzzz —dijo el Hombre Sabio, habiéndose quedado dormido después de tan duro esfuerzo mental.
Su sombrero se inclinó ,le miró y suspiró.
—Es tan estimulante ser tu sombrero.
—Zzzzz —acogió el Hombre Sabio.

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