lunes, 6 de septiembre de 2010

Capítulo 4- ¿Cuál es cada una?

Sarah tomó un profundo aliento y avanzó nuevamente por el largo pasillo. Una acumulación de liquen que se encontraba sobre el pilar de la verja abrió los ojos y la observó marchar.
Los ojos, entreabiertos mostraban una expresión ansiosa y cuando Sarah se hubo alejado un tanto de él, el liquen giró la mirada hacia el otro lado, murmurando para sí mismo. La mayor parte eran muestras de desaprobación por la dirección que Sarah había tomado. Podía verse por la forma en que los ojos miraban significativamente al otro lado. El liquen sabía cosas.
Cuando llevaba caminando un rato entre las paredes de imponente altura del aparentemente interminable pasillo y ya que nada parecía diferente, siguió andando un rato más, y todo era lo mismo. «Otros cien pasos. Y si todavía no llego a ninguna parte pensaré qué hacer a continuación», se dijo a sí misma.
Uno, dos... noventa y ocho, noventa y nueve. Las paredes se extendían hasta la eternidad.
—¿Por qué lo llaman laberinto? —dijo en voz alta, por el consuelo de oír al menos su propia voz—.No hay giros, ni esquinas, ni nada. Solo sigue y sigue. —Se detuvo, pensando en lo que Hoggle le había dicho—.O quizás no—razonó—.Quizá estoy dando por sentado que es así—Deseó saber cuantas de las trece horas le quedaban ya. No era justo no saberlo.
Tomando un profundo aliento, comenzó a correr. Ahora la única diferencia era que las paredes revelaban su eternidad más rápidamente. Corrió más rápido, patinando en el barro, dándose contra los costados del pasillo, más rápido y más rápido, y las paredes se extendían ante ella sin doblar o cambiar de dirección o acabar, hasta que empezaron a dar vuelta sobre su cabeza y comprendió que se estaba desmayando, exhausta, con lágrimas corriendo por las mejillas.
Se tendió en un montón, sollozando. Un trozo de liquen que estaba cerca la miró simpáticamente, con los ojos saltones.
Cuando se hubo recobrado, abrió los ojos muy lentamente, esperando ver algo diferente esta vez: una esquina, una puerta, incluso su propio dormitorio. Todo lo que había para ver eran las dos paredes.
Con un pequeño chillido de frustración, golpeó los puños contra una de las paredes.
Como respondiendo al timbre de una puerta, una diminuta criatura agusanada con grandes ojos saltones asomó la cabeza entre los bloques donde Sarah había golpeado.
—Ola —dijo una voz alegre.
— ¿Has dicho “hola”? — Preguntó Sarah con incredulidad.
    No, he dicho “ola” pero es casi lo mismo —Contestó el gusano
    ¿Eres un gusano, verdad?
    Sí, eso es, sí…
Desolada, Sarah miró al gusano. Un gusano parlante, reflexionó; sí, nunca debería haber dado por supuesto que un gusano no puede hablar. Se encogió de hombros. Si un gusano podía hablar, quizás pudiera darle algún consejo. Con voz baja, le preguntó:
— ¿No sabrás por casualidad como atravesar este laberinto no?
—¿Quién, yo? —Sonrió abiertamente—. No, solo soy un gusano.
Sarah asintió. Puede que hubiera sido esperar demasiado.
—Entra a conocer a mi señora —la invitó el gusano.
Ella se las arregló para sonreír débilmente.
—No, gracias —dijo al gusano—, tengo que cruzar este laberinto. Pero no hay esquinas, ni aberturas, ni nada. —Parpadeó para contener las lágrimas calientes—. Sólo sigue y sigue.
—Vaya —dijo el gusano—, no estás mirando bien. Está lleno de entradas, sólo que tú no las ves.
Sarah miró alrededor con incredulidad. Las paredes se extendían por siempre a ambos lados.
No había lógica en ello. O quizás no tenía nada que ver con la lógica y ese era el problema: toda lógica y nada de razón.
— Bien, ¿dónde está? — Inquirió Sarah.
—Hay una allí mismo —siguió el gusano—. Justo delante de ti.
Ella miró. Pared de ladrillo, musgo húmedo, liquen, nada más.
—No, no hay nada.
El gusano resopló, y con voz amable dijo:
—Entra y  tomate  una tacita de té.
—Pero no hay ninguna abertura. —La voz de Sarah era insistente.
El gusano echó a reír.
—¡Desde luego que la hay! — dijo como si fuera lo más evidente del mundo.
— Intenta atravesarla— Continuó el gusano. —Verás a que me refiero.
Sarah comenzó a andar hacia el lugar indicado por el gusano con mucho cuidado.
—¿Qué? —Sarah volvió a mirar de nuevo al gusano.
—Venga, adelante. —Le animó el gusano
La hospitalidad del gusano se malgastaba con ella.
—No hay más que pared—masculló—No se puede cruzar.
—Las cosas no son siempre lo que parecen en este lugar—observó el gusano—por tanto, no puedes darlo todo por sentado.
Sarah lanzó al gusano una mirada penetrante. ¿Cómo es que utilizaba la misma frase que Hoggle? Y en su mente oyó de nuevo la voz de Hoggle. «¿Yo? No iría ni a la izquierda ni a la derecha»
Ningún lado. Justo delante de ti. ¿Qué más quedaba por hacer? Lo intentaría. Muy tentativamente, sobresaltándose por anticipado, se acercó a la pared y la atravesó, hasta otro pasillo.
Sarah estaba deleitada. Este pasillo también se extendía infinitamente por ambos lados, pero al menos era un pasillo diferente. Se giró agradecida.
— ¡Eh!- dijo Sarah muy contenta por haber encontrado un camino nuevo.
Había comenzado a avanzar a lo largo del nuevo pasillo cuando oyó un pequeño grito a su espalda.
— ¡Eh, Espera! —estaba gritando el gusano.
    ¡Gracias, no sabes cuanto te lo agradezco! — Dijo Sarah dedicándole una sonrisa al gusano.
    ¡Pero no vayas por ese lado! —Respondió el gusano alarmado.
    ¿Que has dicho?
    He dicho “que nunca vayas por ese lado” —Repitió el gusano— Nunca vayas por ese lado.
—Oh —asintió Sarah—. Gracias. —Se puso en camino en la otra dirección.
El liquen la observó marchar de nuevo, y suspiró con alivio.
—Menos mal—El gusano puso los ojos en blanco—Si llega a seguir por aquel lado habria ido directa al castillo.
Al poco de caminar, el Laberinto comenzó a cambiar y Sarah llegó hasta unas columnas de las que brotaban manos en todas direcciones señalando puntos al azar. De repente, Sarah escuchó el llanto de Toby.
— ¡Toby! — Dijo la muchacha. — Ya voy Toby…

*************************

En la recámara de piedra del Rey Goblin, Toby, todavía con su pijama a rayas rojas y blancas, tenía la boca abierta de par en par y estaba aullando. Sus pequeños puños estaban firmemente apretados, su cara estaba escarlata y sus ojos cerrados, y estaba montando un escándalo que hubiera hecho gemir a Sarah en voz alta.
Jareth lo observaba con una sonrisa divertida. En este lugar nadie más se fijaba mucho en Toby. Duendes con cuernos, hadas y goblins con yelmos armaban barullo por el lugar, en el suelo sucio, sobre los escalones del trono, subidos a los salientes de las paredes de la habitación, algunos persiguiendo pollos o a un cerdo negro con un yelmo, algunos disputándose algún bocado, otros asomándose a alguna vasija con la esperanza de encontrar algo para comer, algunos sentados royendo huesos, otros mirando maliciosamente a todos los demás a través de los ojos entrecerrados. El lugar estaba literalmente cubierto de platos de comida a medio terminar, trozos de carne podrida y verdura pasada, basura y porquería. Un pequeño terodáctilo aleteaba por ahí, buscando su oportunidad. Los cuervos se posaban heráldicamente sobre el trono, decorado con cuernos de carneros que un buitre se había apropiado para utilizar como nido o tal vez Jared había instalado al buitre allí para su diversión.
Necesitaba algo que le mantuviera entretenido. Los goblins eran, francamente, aburridos. Eran tan estúpidos que no podían encontrar el camino a través del Laberinto. Carecían de sabiduría o ingenio. En los viejos tiempos, cuando se le ofrecían muchos bebés, Jareth había sido más tolerante, considerando que indudablemente pronto encontraría a uno que pudiera ser entrenado como compañero digno del trono, uno cuya sangre joven serviría para refrescar la de Jareth, cuyo buen ánimo dispersaría los pensamientos de vejez que oprimían al Rey de los Goblins. Cuando las llamadas para que robara a un niño se convirtieron en algo más esporádico, Jareth se había hundido aún más profundamente en el abatimiento. Evitaba los espejos y el reflejo del agua. Podía sentir que la comisura de su boca se había tensado y no necesitaba pruebas de que su frente se surcaba de arrugas cuando no entrecerraba deliberadamente los ojos para tensar su piel.
Tumbado en su trono encortinado, que tenía la forma de un círculo interrumpido, Jareth miraba a la aullante figura de Toby. Con algo de suerte, este podría crecer hasta convertirse en un goblin inteligente. Quizás pudiera hacer alguna broma, o al menos ver las cosas desde el punto de vista de Jareth. Podría ser de alguna ayuda para controlar este reino desvencijado. Como mínimo, podría proponer alguna travesura novedosa. Las ovejas bicéfalas, la leche cuajada, sartenes ruidosas, robar pijamas, volver áridos los frutales, intercambiar mesas, pan mohoso... Jareth lo había visto todo, demasiadas veces. Pero esta cuadrilla estancada, que se pasaba haraganeando todo el día, todavía consideraba estos viejos y anticuados clichés la maldad perfecta. Era penoso.
Jareth bostezó y examinó cansadamente la habitación. Las paredes estaban decoradas con calaveras y murciélagos. Dios mío, pensó. Calaveras y murciélagos aún. ¿Cómo de lerdos podéis llegar a ser? Miró esperanzado al reloj. Las tres y media, indicaban las manecillas con forma de espadas. Otras nueve horas y media de espera, hasta que dieran las trece. Tendría que hacer algo para pasar el tiempo.
Se puso de pie ante el trono, estiró los brazos y se paseó intranquilamente. Otro goblin pasó como un rayo. Jareth extendió el brazo y lo atrapó, cogiéndolo por el cogote. Los ojos del goblin se apartaron asustados de los suyos.
    Me recuerdas al bebé — le dijo Jareth.
    ¿Qué bebé? — preguntó el goblin algo asustado
    El bebé del poder— Dijo Jareth soltando al goblin.
    ¿Qué poder? —Inquirió un segundo goblin.
    El poder del vudú — Le contesto Jareth.
    ¿Quién lo hace? — Preguntó un tercer goblin.
    Tú lo haces- Le dijo Jareth al goblin que acababa de preguntar.
    ¿Hacer qué? —Inquierió un cuarto goblin.
    Me recuerdas al bebé— Le contestó Jareth agarrando por el cuello al primer goblin y lanzándolo por los aires.
Todos los goblins rieron estrepitosamente.
 — ¡Silencio! — Ordenó Jareth — Un bebé goblin — Dijo señalando a Toby y Jareth echó a reír mientras los goblins permanecían en silencio— Bueno, ¿qué? — Animó Jareth a los goblins para que rieran y acto seguido los goblins rieron y el rey de los goblins rió con ellos.
Jareth comenzó a entonar una canción:
I saw my baby, crying hard as babes could cry
What could I do?
My baby's love had gone
And left my baby blue
Nobody knew!

What kind of magic spell 'd'you use?
Slime and snails
Or puppy dog tails?
Thunder or lightning
Then baby said
Dance magic, dance (dance magic, dance)
Dance magic, dance (dance magic, dance)
Put that baby's spell on me
Jump magic, jump (jump magic, jump)
Jump magic, jump (jump magic, jump)
Put that magic jump on me
Slap that baby, make him free!

— Dentro de nueve horas y veintitrés minutos serás mío  — le dijo Jareth a Toby.

************

 Mientras eso ocurría, Sarah vagaba a lo largo de pasillos de ladrillos. Todavía eran altos y adustos, pero al menos no se extendían hasta el infinito en el espacio y tiempo, y a veces encontraba unos pocos escalones, lo cual era un cambio agradable. Siempre que encontraba una bifurcación o giro y hacía una elección, había dado con una forma sensata de asegurarse de no vagar en círculos: con el lápiz de labios que se había metido en el bolsillo en casa, dibujaba una fecha sobre el ladrillo en cada intersección, para mostrar por donde había venido. Y siempre que se guardaba el pintalabios y avanzaba por el nuevo pasillo, una pequeña criatura alzaba el ladrillo marcado, lo ponía del revés y lo volvía a colocar, de forma que la flecha ya no era visible.
Después de haber marcado dieciocho flechas, un trozo del pintalabios se rompió mientras hacía la siguiente. Decidida a mantener la calma, lo giró hasta sacar el otro pedazo, y siguió por el camino escogido, subiendo algunos escalones, hasta una cámara. En el extremo del pasillo a su espalda una patrulla de goblins pasó susurrando, pero los ojos de Sarah estaban fijos en lo que tenía delante y no los vio.
La cámara era un callejón sin salida. Se asomó a cada hueco y detrás de los contrafuertes, pero definitivamente no había salida. Se encogió de hombros y volvió sobre sus pasos hacia la decimonovena flecha. Cuando alcanzó la esquina, buscó su flecha y no pudo verla. «Que raro», pensó. «Estoy segura de que estaba aquí, en esta esquina, en ese ladrillo de ahí» El ladrillo estaba en blanco. Frunció el ceño y miró alrededor. En el suelo divisó el trozo quebrado de pintalabios. Miró otra vez, con decisión, y aún así no pudo ver la flecha. Eso lo demostraba. Aquí había gato encerrado. Arrojó al suelo el resto del lápiz de labios.
—Alguien ha ido cambiando mis marcas — Se dijo Sarah en voz alta —  ¡Que lugar tan horrible es este! ¡No es justo!
—Exacto —dijo una voz a su espalda—. ¡No es justo! — Y varios personajes echaron a reír.
Saltó y se dio la vuelta.
Tras ella, en la cámara que no tenía salida, vio ahora dos puertas talladas en la pared, y a un guardia apostado en cada una de ellas. Al menos, creyó que debían ser guardias, ya que estaban de pie firmes y vestían una armadura con blasón. Pero cuando los estudió ya no estuvo tan segura. Eran bastante cómicos en realidad. Sus enormes escudos, que curiosamente mostraban un patrón de figuras geométricas, rollos de pergamino y otros artefactos, parecían extremadamente pesados, lo cual explicaría la postura de piernas abiertas de cada uno de ellos. Pobres, pensó, tener que estar así de pie todo el rato y permanecer bien erguidos. El de su izquierda tenía unos ojos increíblemente astutos bajo el yelmo, y se dijo a sí misma que le llamaría Alph, por un tío suyo que tenía unos ojos así; pero entonces se fijó en su gemelo no-idéntico de la derecha (al cual no podía verle los ojos porque tenía un yelmo demasiado grande para él) que por consiguiente debía llamarse Ralph (R por right, que en inglés significaba derecha, ya ves)
Habiendo decidido en su mente la cuestión de los nombres, notó lo más curioso de todo, por debajo de cada escudo asomaba otra cara, bocabajo, como en una jota de picas. Los personajes bocabajo, a los que llamó Jim y Tim (el primer par de nombres que rimaban que le vio a la cabeza), parecían estar colgando de sus incómodas posiciones con las manos nudosas y correosas que podía ver aferradas a la parte de abajo de los escudos. Debían añadir aún más carga a los tambaleantes Alph y Ralph.
Había sido Jim Bocabajo quien la había hecho saltar al dirigirse a ella. Añadió:
—Pero eso es sólo a medias.
— Hace un momento esto era un callejón sin salida—preguntó Sarah, retorciendo y agachando la cabeza para conseguir una buena perspectiva de la cara de Jim. Habría sido, tenía la sensación, bastante grosero permanecer bocarriba. Tenías que ajustarte a la gente que conocías, incluso aquí.
—No —Era Tim Bocabajo quien hablaba ahora—.Donde no hay salida es detrás de ti. — Y los cuatro personajes rieron.
Sarah se enderezó de nuevo y se dio la vuelta. Tenía razón. El camino por el que había venido estaba ahora cerrado por una sólida pared.
— ¡Sigue…cambiando! —Exclamó indignada— ¿Qué se supone que debo hacer?
—El único modo de salir de aquí es probando una de las puertas—dijo Jim.
—Una de ellas lleva al castillo en el centro del laberinto —le dijo Tim con voz alegre—, y la otra lleva  a una muerte segura.
Sarah jadeó.
— ¿Cuál es cada una?
Jim sacudió su cabeza bocabajo.
—No podemos decírtelo.
— ¿Por qué no?
—Eh…eh… — balbucearon los cuatro guardianes —¡No lo sabemos! —cacareó Jim triunfante.
—Pero ellos sí. —Tim asintió confidencialmente con la cabeza hacia Alph y Ralph. Eso tiene mérito, estando cabezabajo, pensó Sarah.
—¡Oh! Pues se lo preguntaré a ellos.
Antes de poder decir nada más, Ralph estaba hablando con voz muy lenta y pedante.
— No, no nos lo puedes preguntar a nosotros. Sólo a uno. —Parecía tener dificultad para pronunciar las palabras.
—Es una de las reglas. —La voz de Alph era rápida y burlona, y al mismo tiempo sus ojos se movían ansiosamente. Golpeó ligeramente con un dedo algunas cifras en su escudo, las cuales presumiblemente debían ser las reglas—. Y debo advertirte que uno de los dos siempre dice la verdad pero el otro siempre miente. Es otra de  las reglas también. —Su mirada voló hacia Ralph—. Él siempre miente.
—No es cierto—dijo Ralph, sentenciosamente—.Yo digo la verdad
— ¡Oh! ¡Qué mentira! —replicó Alph.
Jim y Tim reían disimuladamente tras los escudos, bastante insolentemente, pensó Sarah.
    Él es el mentiroso — se defendió Ralph
—Muy bien, —dijo ella dirigiéndose a Raalph—. Responde sí o no. ¿Me diría él que esta puerta—señaló a la puerta que había detrás de Ralph— es la que lleva al castillo?
Alph y Ralph la miraron, y después se miraron el uno al otro. Ralph agachó la cabeza y comenzo a hablar en susurros con Jim, al rato volvió a levantar  la mirada hacia ella.
—Uh... sí.
—Entonces la otra puerta es la que lleva al castillo —concluyó Sarah—. Y esta lleva a una muerte segura.
— ¡Oh! — Exclamaron de admiración  los cuatros al unísono.
— ¿Cómo lo sabes? —preguntó Ralph lentamente. Su voz parecía agraviada—. Él podría haber dicho la verdad.
—Pero entonces tú no la dirías—replicó Sarah—. Si me has dicho que el diría sí, sé que la respuesta es no. —Estaba muy complacida consigo misma.
Ralph y Alph parecían decaídos, considerando que habían sido oscuramente burlados.
—Pero yo podría haber dicho la verdad—objetó Ralph.
—Y él habría mentido—dijo Sarah, permitiéndose una amplia sonrisa de placer—. Así que si me dices que él diría sí, la respuesta sigue  siendo no.
—Espera un momento—dijo Ralph. Frunciendo el ceño le preguntó a Alph— ¿Es cierto eso?
—No lo sé —replicó Alph airadamente—. Nunca lo he comprendido.
Y los cuatro guardianes de las puertas rieron.
—No, es verdad —les dijo Sarah—. Lo he descubierto. Antes no lo habría logrado. —Sonrió—. Creo que me estoy volviendo más lista.
Se dirigió a la puerta que había detrás de Alph.
—Muy astuta, seguro —comentó Jim molesto y le sacó la lengua.
Ella le devolvió el gesto mientras abría la puerta. Sobre el hombro, mientras se iba, dijo:
—Esto es pan comido.
Atravesó el umbral y cayó directamente en un pozo.
Sarah gritó. La parte alta del pozo era un disco de luz que menguaba.

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